lunes, 17 de mayo de 2010

Pánico: Primavera bajo la lluvia.


Me enfrento nuevamente a la muchedumbre, el cielo ya no cae a cantaros. Nunca me han gustado las aglomeraciones de gente, los audífonos ya no suenan, la pila se agoto dos cuadras atrás. Solo las bocinas, la gente gritando y el choque de los hombros en la vereda.

Mi celular vibra desde la mañana, vi el número que me llamaba y no quise contestar. Y de allí no ha parado. Al menos cuando podía escuchar música hacia como que nada pasaba, ahora lo siento pedirme a gritos el “send”.

Comienza a llover, entro a un Bar para capear el agua y empezar a embriagarme. Me siento, dejo la Chaqueta a un lado, espero que me atiendan. No puedo quedarme quieto, saco un cigarro y lo enciendo nerviosamente, el celular vuelve a sonar, lo pongo sobre la mesa y observo cómo se mueve.

Pido una botella de vino. No debería beber, pero no me siento bien, y la alegría del vino le sentaría bien al frio y a mis mejillas, recuerdo que antes cuando leía poesía en uno de esos bares infectos del puerto me pagaban con vino. Tantas botellas por leer basura y robarme los vasos, después fumaba como condenado y me tenían que sacar en estado de bulto. Una vez me pidieron que me fuera amablemente, pero como los cantineros eran mis amigos, les pedí que me sacaran de allí como un hombre digno, o por lo menos como el Poeta maldito que aparentaba ser. Así que me tomaron de los brazos y las piernas, y salí rodando por la puerta, bajo el frío de la noche, mientras yo gritaba intentando levantarme: “¡ha sido un gusto señores, nos vemos el próximo viernes!”.

Dos botellas, las tres de la tarde. Increíble, el dinero que no tengo sostiene mi decadencia, pero vamos, a nadie le importa que un Estudiante de 24 años se esté arruinando por un día, más si este es de lluvia. Estoy mareado, recuerdo que muchas veces me advertiste que terminaría así, pero, ¿no es esto lo que desencadenaste?. Cuando te fuiste debiste saber que pasaría.


A Soledad la conocí un día esperando la micro, en esos días en que usaba uniforme, zapatos limpios, y el liceo solo era mi distracción ante las verdaderas inquietudes que me llenaban. Yo venía tarde, y la locomoción que me servía pasaba cada media hora. Me senté en el paradero en un principio sin darme cuenta que ella estaba allí, el sol brillaba como nunca, y se podría decir que, tal como un día después de una tormenta atroz, todo estaba limpio y en una sensación de alta definición.

Cuando la miré de reojo, vi el Uniforme del colegio cuico que quedaba a dos cuadras más abajo que mi Liceo de número. Su chaleco rojo, característico del “Friendly High School”, se hacía notar, tanto que al verla directamente me ataco una sensación de limpieza que no se veía en los lugares que yo frecuentaba. Ese día, sin evitar ninguna catástrofe, le pregunte hace cuanto había pasado la última micro (información que yo ya manejaba).

-Quince minutos.

Después me puse a escuchar música, en realidad no contaba con cruzar mas palabras con ella, no valoraba lo que más tarde, muchísimo más tarde, valoré como nunca lo había hecho antes. Ella me preguntó sobre lo que escuchaba, y allí entablamos una conversación que se podría calificar de decente.

Ese día caminamos juntos, no nos importó la micro, tal como no nos importó los días siguientes. Solo mirábamos el mar desde el mirador de recreo, y comíamos pizza al encontrarnos cuando la pasaba a buscar. Nos divertíamos juntos.

Una tarde tirados en el pasto nos tomamos la mano, y nos miramos de otra forma. Nunca fui especialista en historias de amor, me parecían cursis, sin sentido y dolorosas. Demasiado dolorosas para vivirlas, siempre fui un debilucho. Nos besamos e intentamos esconder la ansiedad de hacer algo que queríamos hacer hace mucho tiempo. Éramos dos Colegiales encontrando la Primavera.

Me escapaba tardes enteras en vez de ir al Preuniversitario, iba a su casa, hacíamos el amor, nos observábamos en silencio. Escuchábamos música juntos, cantábamos, yo le hablaba de lo que soñaba, cuando era capaz de soñar. Después volvía a casa exhausto, con su olor en mi ropa, miraba el techo y pensaba en lo que haríamos al día siguiente, todo empezaba a las siete y media, cuando llegábamos tarde apropósito sólo para vernos.

Tal como ella me escribió en una nota hace años, “Era hora de tener un amor a escondidas”. Mis amigos se preguntaban donde andaba, y mi madre se preocupaba por que llegaba tarde, pero a mí no me importaba, solo veíamos el sol esconderse en el mar antes de volver de la mano juntos a alguna parte. Era el Comienzo y desarrollo de una historia que me marco hasta los huesos, y que terminó hace muy poco. Un año atrás.

La botella se nubla, el Celular ya no suena, estoy a punto de terminar la cajetilla, en la televisión situado en la esquina del techo muestran los goles de la temporada pasada. Miro la hora, las cinco y media de la tarde, el día ya está oscuro, las nubes no dejan pasar nada más que agua. Alguien toca mi espalda, miro de reojo, José muestra una de esas sonrisas que te hacen respirar en paz.

-No deberías encerrarte acá –Me dice.

-Ya sabes cómo soy, me gusta este ambiente tan grato.

-Como el calor de casa.

-Exacto.

-Hace días que no llegas…¿Dónde has estado?...

-Pensando, haciendo cosas para la Universidad…

-Podrías haber llamado – Dice, mientras saca el último cigarro de la cajetilla, y lo enciende con una tranquilidad desconcertante.

-Me estoy volviendo loco…

-Lo sé, y me preocupa, ¿no estás llevando tu camino de resignación autodestructiva muy lejos?

-Intento superarme…

Suena el celular, un mensaje. Me miro fijamente con José, el dirige su mirada hacia el móvil, yo miro el suelo, sin querer pensar en lo que pasa. Todo esto es un trauma alucinante.

-Será mejor que lo leas – Me dice, mientras se levanta y acomoda su abrigo – vuelve a casa pronto.

José sale y se pierde entre la lluvia. Dejo pasar media hora antes de tomar el celular, mis manos sudan,”un mensaje recibido de: Soledad”.

¿Leer?

*Aceptar

“Estoy Inexplicablemente en nuestro muelle, te he llamado miles de veces hoy, entiendo porque no me contestas, aunque me parece un poco cruel de tu parte. Creo que esta era mi última oportunidad de desaparecer de tu vida sin ninguna culpa, pero al parecer es mejor así, cuídate, Adiós”

Tomo la chaqueta, dejo un par de billetes (los últimos en realidad), y salgo corriendo hacia la calle, no debí dejar esperar tanto rato, la lluvia inunda todo, la calle, mis pies, mi camisa, todo en un frenesí que me hace querer vomitar todo lo que he bebido. Lloro, sudo, respiro agitado, las calles pasan eternas frente a mí. Choco con el tumulto, me resbalo, caigo a los enormes charcos de la urbe.

Me levanto, queda poco, una cuadra y media, recojo mis lentes, rotos nuevamente. Emprendo la carrera como un loco, más desesperado que deschavetado.

Llego a las tablas, recuerdos de sol llegan a mi mente, ahora ahogados en jadeos, y en tristeza, ya no está, nuevamente llegué tarde, miro para todos lados, en círculo, en el horizonte redondo, me seco los ojos, tarea imposible bajo la lluvia que disimula las lagrimas.

Quizás la pase mientras corría, o bien nunca estuvo aquí. Desesperado me devuelvo dos cuadras y la busco entre los paraguas, la gente me debe creer loco, y lo estoy, busco el sol bajo esta lluvia, busco las tardes soleadas de la decimo octava primavera de mi vida.

Vuelvo al muelle, ya suenan truenos. Es una tormenta. Me siento en una banca y comienzo a pensar en el largo y solitario regreso a casa.