viernes, 23 de abril de 2010

Pánico: Caracoles.

Valparaíso pasa frente a mi ventana, entre sus cerros nebulosos y los perros callejeros que se repiten esquina a esquina. Parecen ruinas de una decadencia de años, como si un eterno terremoto amenazara con botar todas aquellas casas colgantes. Cierro los ojos en el eterno movimiento de la micro, de lado a lado, como un barco en el mar. Sin nauseas, sin apnea. Por mis audífonos suena la trompeta y la guitarra en eco de los Lucybell, “amanece”, quiero dormir, esconderme en mi chaqueta y hacerme ajeno a todo este hastío.

Miro hacia los demás asientos, la chica del paradero está en la ventana contraria a la mía, pero me mira, no la conozco, y supongo que ella a mi menos. Sus ojos marcan una no-importancia, es como estar mirando la nada, ¿tendré algo en la cara?

Me reflejo en el vidrio, busco algo, nada. Vuelvo a mirarla, me sonríe por unos segundos, se levanta (¿te sentarás al lado mío?), pasa de largo (creo que no), toca el timbre, se baja. Miro por la ventana, se aleja. Fue la vida.

El casino de la Universidad nuevamente lleno de gente, voces, y platos sonando y tronando alrededor, Franco habla sobre un cortometraje que vio la noche pasada, sobre unos tipos que vendían caracoles para almuerzos refinados, y como la producción en masa de estos terminaban con los propios creadores. No lo entiendo del todo, veo mi comida, es bastante precario el plato, lo como con resignación e intento ver las cosas de una manera más optimista, Franco sigue:

-La primera critica que se hace es la homogeneización de los rituales culturales: los miles de mozos iguales, los miles de empresarios iguales.

-Ya?...- Trato de poner algo de atención en un tema que se escapó de mis manos hace por lo menos un par de minutos.

-lo segundo es el uso del caracol para generar asco en el espectador, y para que te preguntes “¿por qué se comen un caracol?”, y después te digas a ti mismo "supongo que por lo mismo que se comen vacas y cerdos", enlazarlo con la sociedad occidental necesariamente carnívora.

- Bueno…¿te comerás eso? – apunto el pan. Me lo lanza en un éxtasis argumentativo, creo que lo hizo de puro reflejo.

-Después, el empresario sale a la ciudad donde se presenta la ya no homogeneización, sino que robotización de las prácticas sociales…tiene a todos vestidos iguales…caminando al mismo ritmo, incluso, con gigantografías mercantilistas que crean necesidades falsas: la buena comida, en ningún caso necesaria...

- Bueno, el capitalismo en sí que termina…

-El hombre toma su auto... – No escuchó mi interrupción, esto es un monologo de algo que probablemente pensó toda la noche, ¿será que no soy solo yo el que necesita calmantes? - y atraviesa las suciedades del ser humano: el sexo como moneda de cambio.

-Entiendo, Franco...

-Llega a su lugar de trabajo, donde les muestra a otros empresarios que ha cambiado genéticamente a los caracoles, para hacerlos digeribles. Los pobres caracoles son asesinados y luego enlatados: producción en masa, otra crítica mercantilista. La lógica de producción del ser humano.

-Que original.

-Y ahí viene el clásico predicamento..."la curiosidad mato al gato": el interés por innovar lleva al hombre a su propia producción…ya que nadie es imprescindible, todo es manufacturable…en último caso recuerda la relevancia de la sobrevivencia, pero oops!, demasiado tarde se ha extinguido a si mismo. CAPUT.

-¿No has pensado en ver el tipo de películas en la que el gringo pasa toda la trama tratando de engrupir a la porrista rubia hasta llevarla a la cama, mientras la cámara muestra groseramente sus pechos?

-No dude

-Deberías hacerlo…-ambos soltamos una carcajada.

Caminamos hacia la Facultad de humanidades, se viene la lluvia, el chispeo la antecede, subo el cuello de mi abrigo, Franco camina un poco más atrás, enciende un cigarro, mientras tararea una de esas tantas canciones que no conozco, ¿Universal de los Blur?.

Me gusta el vídeo de esa canción, esos británicos con el look de los Clockwork Orange, y el fondo como para bailar ballet, bramando a los cuatro vientos que hoy puede ser un gran día, pero ¡diablos!, está nublado, tanto que da miedo.

Caminamos por los largos pasillos de la casa central, entro al baño. Entre los rayados en el espejo veo mi cara nuevamente, debo tener algo gracioso, pero que solo ella noto.

No soy de ese tipo de gente que saca sonrisas. A lo mejor me estoy obsesionando nuevamente con algo nuevo, no lo creo. Sorbo un poco de agua del lavamanos, Franco entra desprevenido, cansado de esperarme afuera.

-Parece mina, compañero…

Me río un poco, entré al baño sin otra razón que mirarme al espejo, como si nada me detuviera para besarme aquí mismo, otro pensamiento contradictorio ante la estima que me tengo. Que alucinante.

Comienza otra cátedra de axiología, todo va lento, estoy aburrido, franco escribe y a la vez graba todo, hace tiempo que quiero encontrarle un poco de sentido a esto. Me levanto, tomo mi mochila y salgo de la sala, camino hacia el baño.

Entro sigilosamente, me acuerdo de mis tiempos de secundario, reviso las cabinas, solamente yo frente a la nada. Abro la mochila, saco otra de esas pastillas con las que insisten que no debo jugar, limpio la superficie del lavamanos, la muelo con el pase. Respiro, aspiro, contra-respiro. Saco otra y me la tomo.

Entro en la cabina del fondo, cierro y apoyo mi cabeza en la pared.

Franco tenía razón, somos como los caracoles, hechos en masa, y producto de un sistema mercantilista, pero por hoy, yo seré un caracol que duerma.

Buenas noches, día de suerte.


*Nota del autor: El Clonazepam, aunque te lo "jales", no tiene el mismo efecto que la cocaína, si no todo lo contrario, caes en un estado de sueño, por si a alguien le cayó este detalle.


viernes, 9 de abril de 2010

Pánico. Temprano, por la mañana.

Despierto, me vibran los dientes, y una rara sensación de paz me invade. Veo el reloj, las seis y media de la madrugada, no suena la música, estoy desnudo con la toalla aun cubriéndome la hombría, tengo el pelo mojado. Si no me enfermé con esta, lo más probable es que ni la peor de las pestes pueda matarme, un punto a favor, pienso.

Me levanto hacia la cocina, mi compañero de casa duerme atravesado en la cama, mientras los perros chillan afuera, quizás el frío, o la oscuridad, no sabría decirlo. Pongo fuego a la tetera y vuelvo a la pieza, el afiche con los Sonic Youth me mira fijamente, yo también a ellos. Aun estoy atontado después de tanta pastilla rara recetada por el burguesito del neurólogo. Un tipo bastante correcto al que le hago caso a pies juntillas, vamos, yo no soy un médico, ni tengo una gran especialidad en ciencias. Hoy tomare la mitad que me corresponde.

Es raro el ritual que hago solamente para partir la “pastilla de la tranquilidad”. Busco un cuchillo y una foto, de esas tamaño carnet, la encuentro, sale su cara sonriéndome con el uniforme de colegio. Si, una de las tantas, pero a esta le guardo un tanto de resentimiento.

Pongo su foto en una superficie plana y limpia, y parto el comprimido en dos sobre su cara.

Me hago un té, tiro la mitad en mi lengua, y espero que el caliente brebaje haga su trabajo. Es tan asqueroso tomarse las pastillas sin agua, o algo dulce, se te reseca la garganta y quedas con una sensación de atasque que a la larga te da nauseas. Creo que este es el caso de todo fármaco-dependiente que, asumido o no, debe tomar este tipo de asquerosidades.

Y es verdad, recuerdo cuando Antonio me dijo que el sistema era tan maldito, que para que no murieras bajo su ritmo de producción, te suministraba pastillas y todo tipo de fármacos para poder llevar una existencia tranquila hasta que no fueras lo suficientemente fuerte para producir, y allí te jubilaban. Y en ese momento comenzabas a depender de otro tipo de medicamentos para poder sostener tu cuerpo cansado de tanta explotación. Que raro, pero cosas que para nadie tiene sentido alguno, para mí no es más que una realidad cierta, a decir verdad, esto me deja un poco perplejo.

Trato de levantar a José para que tome desayuno conmigo. Una misión prácticamente imposible, ese vicio de la internet, y el de quedarse hasta altas horas de la noche gozando de una no vida, en uno de esos tantos juegos online donde la gente representa papeles que no son, y que matarían a su madre para serlo. Lo despierto, me mira cómo sino me conociera. Pero nos conocemos bastante.


Me hice amigo de José en el Liceo, éramos compañeros de curso, siempre lo trataron mal, a decir verdad nunca quise actuar de manera violenta sobre el, es por eso que nuestra amistad se fundó sobre los cimientos de una relación de poder. Yo no sabía pelear muy bien, pero lo defendía de los matones “Anti-ñoños”, y él me invitaba a comer alguna que otra cosa, o me prestaba sus series de Anime, las que en un principio no me atrajeron mucho, pero después le pedía con un disimulado interés. Muchas veces quisieron ligarnos sentimentalmente, pero bueno, esa opción siempre la deseche con todas mis ganas, para empezar, José siempre fue, al igual que yo, un heterosexual empedernido, pero sin mucho éxito con las minas, muy al contrario mío, que era un heterosexual empedernido, y si tenía algo de éxito con las minas. Pero creo que a muchas de estas, sobre todo las que gozaban de las series animadas japonesas con amoríos raros, les gustaba la idea de que él y yo tuviéramos algo. Desde ahora lo descarto, todo eso era completamente falso.

Lo golpeo en las costillas, el refunfuñando se hace a un lado de la cama y estira el brazo buscando su celular, una lucha inútil, pienso. Alcanza el aparatejo y ve la hora.

-¿No crees que es un poco temprano? – me dice ahora poniéndose sus gafas de vista.

-Ya me conoces, últimamente duermo poco.

-si, lo note anoche, deberías cerrar la puerta de tu pieza si quieres dormir desnudo, anoche vine con Camila y estuvo a poco de verte.

-lo siento, ayer no fue mi día.

-Te escucho desde acá hablar dormido, parece que ni las noches son tuyas.

-¿Alguna confesión?.

- No, solo lo evidente, ¿no has pensado mejor olvidarla?.

-No es la solución a mi problema, ¿Tomarás Desayuno?

-¿Quieres huevos?

Salgo nuevamente hacia la universidad, bajo las humedecidas escaleras con cuidado extremo de no caerme, la última vez casi me rompo una pierna. Llego hasta el paradero, una chica escucha música escondida bajo una bufanda, el frío nuevamente presente en cada rincón de Valparaíso. Me siento a esperar la micro, saco mis audífonos. Suena: Arctic Monkeys, 505.





martes, 6 de abril de 2010

Pánico: Introducción, Do me a Favour.

Perdí las llaves de la casa. Me di cuenta solo segundos antes de estar frente a la puerta.

Desde aquí observo como la neblina se come Valparaíso en un nuevo intento de hacer desaparecer la ciudad bajo mis pies. “Do me a Favour, break my nose”, los Arctic Monkeys suenan en mi oído izquierdo, mientras que en el derecho solo se escucha un chirrido espantoso, lo barato cuesta caro, dicen.

Do me a favour, tell me to go away”. Me siento en uno de los peldaños y bajo la cabeza mirando los cubículos de la basura, una vez más llenos. Eternamente llenos, la tarde debe hacer su trabajo de dejar pasar el tiempo tan lentamente que mi imaginación deba nublarse de ideas vagas y de soledad absoluta. Valparaíso nunca fue un buen lugar para perderse en las curvas del reloj.

Recuerdo la tarde en que Soledad me dijo que estuvimos a punto de ser Padres. Fue raro el asunto, ella me explico que sin saberlo estuvo embarazada de mi, y que no lo supo hasta que tuvo una perdida. Estábamos enamorados, supongo, y un hijo obviamente la dejaba atada a mí para siempre, ¿Era tan terrible eso?.

-El Médico me dijo que probablemente después de esto me cueste mucho tener hijos, bueno debes sentirte aliviado- dijo- nos salvamos de algo realmente fuerte.

Las manos me sudan. El cuerpo en realidad suda frío. Ya no puedo dejar de sentirme mal.

Logro abrir la puerta, un esfuerzo sobre-humano intentando huir de la espontaneidad de lo exterior. Encerrarme en la pieza, poner música, intentar dormir un poco, tomar mis pastillas. Sentirme nuevamente olvidadizo y cara de raja para seguir adelante.

El techo se dobla bajo la humedad, la misma canción, no puedo dejarla esta tarde. PERHAPS FUCK OFF, MIGHT BE TOO KIND”. “Quizás “ándate a la mierda” suene muy amable”.

Me ducho, comienzan los temblores, respirar hondo sirve. Tampoco debo fijarme en que me sangra la nariz, solo enfocarme en que la sangre se va con el agua, y que las crisis de pánico no son más que eso. No pueden ni deben empeorar. Lo juro.

Me estiro desnudo en la cama, respiro hondo. Otro clonazepam, en realidad dos. Me da sueño. Seré más profundo mañana cuando despierte, al menos no ando metido en otros vicios. Apago la música mareado, y pienso en la última vez que quise ser Padre. No me hubiera molestado volverme un Adulto contigo, Soledad.