domingo, 29 de abril de 2012

Las "Cosas" (Demo)



Paloma mira entre los maderos clavados a la ventana, el polvo se hace notar entre los rayos de sol que entran a la casa, atrincherados, con un poco de miedo y hedor, sudor de nervios.

Diego limpia la pistola que le robó al paco que agonizaba en la esquina, un gordo inútil de la Primera de Playa Ancha que había saltado mal una escalinata, cuando corría lleno de horror: Saltó sin darse cuenta. “Dejalo allí, si se lo comen a él, a nosotros no nos seguirán más” gritaba en un éxtasis asesino.

Y así fue, mientras corría podía escuchar la multitud de “cosas” que destazaban la carne del pobre imbécil. Cerré los ojos, y cuando los abrí de nuevo vi como Paloma, que iba más adelante, miraba hacia atrás sonriendo, riendo, a ratos saltando de una felicidad que no comprendo.

Valparaíso se volvió loco, nosotros no creíamos nada de lo que pasaba, creíamos que era otra estrategia del estado para crear el pánico y distraer de los problemas realmente “importantes”. Luego comenzaron los ataques en los consultorios, las “cosas” se levantaban con las mantas blancas aún cubriéndoles las caras, en Montedónico decidieron atacar un consultorio con bombas molotovs para que las “cosas” no avanzaran hacia la población. No resultó del todo, pero nosotros nos sentíamos envueltos en una revolución al verlo por la TV, craso error, si eso hubiera sido una revolución, nunca lo habrían televisado.

Todo de una semana a otra se convirtió en un guión retorcido de Grant Morrisson. Con Diego y Paloma nos comunicábamos constantemente por Skype para saber qué pasaba. Twitter se cayó, Facebook dejó de funcionar, los hipsters ya no pudieron publicar mas en tumblr, ¿por qué? Pues las redes habían sido cerradas, el estado estaba controlando todo, por el bien de la lucha contra las “cosas”, las noticias evitaban el tema, no daban más de 1 minuto, a veces 30 segundos, de lo que pasaba. Mientras por las noches se escuchaban gritos y disparos. Mis viejos salían a trabajar todos los días, la producción, a pesar de todo, no se veía intervenida.

Pronto dejé de ir a la Universidad, a las reuniones del Partido, ya no carreteaba. Me subía al techo de la casa con la escalera atermitada del patio trasero, y veía los resplandores de Valparaíso y los sonidos con ritmo tiroteo. A veces se cortaba la luz, mi familia contemplaba en silencio las luces, las sombras de los militares pasar por la cortina, y como se quedaban parados en la esquina. Yo me tapaba con las mantas hasta la cabeza y esperaba quedarme dormido. También llamaba a Diego que todas las noches, desde su departamento, miraba con binoculares la oscuridad y los resplandores.
                -Son zombies, huevón – me decía.
                -Estay loco, esas huevás pasan en los juegos culiaos que tenís.
           -Claro mata de hueas, entonces las “cosas” babeantes que atacan a los pacos son los revolucionarios del pueblo.
                -ni siquiera has visto a “las cosas” de frente.
                -Podríamos probarlo.
                -voy a cortar.

Un día me despertaron los gritos de la casa de al lado, me levanté, mi hermana bajaba el volumen del buenos días a todos (lo único que daban en televisión abierta), y me acerqué a la ventana. La Alondra, mi vecina de cabra chica lloraba desconsoladamente en el ante jardín, pedía ayuda, mientras un grupo de militares con pasa montañas entraban en su casa, parecía escena de guerra. Salí enojado, le grité a un par de milicos que estábamos viviendo en democracia, que esa no era la forma de tratar al pueblo, uno me echó hacia atrás, yo agarré a Alondra y la tiré a mi lado conforme gritaba “milicos de mierda”, “hijos de puta”, “Fascistas de la patronal”. No comprendía lo que pasaba realmente, solo veía a los milicos no replicarme nada, sus ojos demostraban incredulidad mientras entraban a la casa, como si ni ellos supieran lo que hacían. Yo lo comprendí apenas vi salir al primer uniformado disparado desde la ventana. Comenzaron los disparos, al parecer la Mamá de Alondra despertó enojada (muerta de enojo) y decidió darle la pelea al fascismo.

Decretaron toque de queda. Ese día mi viejos no llegaron a la casa, tampoco lo hicieron los días siguientes, mi hermana y yo nos quedamos solos. Más tarde mi hermana enfermó, creo que fue un resfrío, a lo mejor no lo recuerdo tan bien, o no quiero recordarlo. Simplemente se murió y la dejé encerrada en su pieza, mientras en mi mochila echaba los panfletos del partido (no sé por qué), la linterna, mi onda con la bolsa de canicas para romper los vidrios de los autos, mi polerón.  Los Pitillos, las vans, la bufanda verde para abrigar.

Iba derecho a la salida cuando escuché que arañaban la puerta de la pieza de  mi difunta. La arañaban por dentro. Era ella. Definitivamente era ella, muerta claramente.
Recordé el cajón de mi viejo, nunca me acerqué a él antes, y el shock no me había hecho razonar. Fui directo a buscar el revolver del cajón maldito, ese que estaba lleno de polvo, que nadie limpiaba, pero que tenía el pasado más vigente de mi Padre, donde quiera que estuviese deambulando en ese momento. Ese pasado Frentista del que nunca habló con orgullo, claramente el orgullo debe venir después de una victoria.

Abrí el cajón, “6 balas, pero efectivas, nunca se atasca” leí en un foro de imbéciles. Saqué el revólver y la caja de balas que estaban al lado, olía a humedad y estaba grasoso. Y como aprendí en los juegos de PC, abrí el revólver y lo cargué. Paso seguido guardé las balas en mi mochila y caminé hacia la pieza. Me zumbaron los oídos mientras en el silencio se perdían el ruido de los 4 disparos que di sin mirar, aunque fueron efectivos.

(Continua)