domingo, 28 de agosto de 2011

Jean.GIF


Se me cayeron dos veces los lentes antes de poder incorporarme a la inmensa caja que me trajo el correo, increíble, con 2 días de retraso aquel objeto maldito ya estaba en mi casa. Lo encontré en Internet, tenía ese logo luminoso en .gif que mostraba su cara, muy humana y perfecta. En sus cuatro modelos: Oriental, rubia, de color y modelo rusa.

Demoré muchas semanas, consejos, y risas de compañeros de trabajo para poder decidirme a dar el paso adelante: Conseguirme una acompañante que saciara todas mis ganas de recibir cariño desinteresado, después de una vida llena de fracasos, incluyendo un matrimonio que terminó en la estafa del sueño americano que no duró menos que un orgasmo mal venido.

Vi mis comics para encontrar a la mujer perfecta, ni muy voluptuosa, pero no al máximo Twiggy, quizá parecida a Wonder Woman (la actual, no la de los 70’s). Después me negué, era demasiado el parecido, así que indague en alguna actriz que me produjera “cosas” y que perteneciera a alguna época de oro, estuve una semana, noche tras noches, pensando en un nombre interesante, y que me hiciera sentir interesante en algún grado.

Después de la última cajetilla de cigarros frente al Toshiba, y unas cuantas cachetadas frente al tocador del baño me decidí por mi musa: Jean Seberg. Las cosas eran fáciles, sólo escribir el nombre en la pantalla y poner “ENTER”, después vendría la forma de pago y la espera que me haría olvidar este bochornoso asunto de pedir una acompañante de plástico. Si al final yo mismo me convencía de que el asunto no había pasado, nadie se mofaría de mi manera más desesperada de pedirle piedad al destino.
J: Bien, no fue difícil.
E: Vamos, ¿Qué tan terrible debe ser?, vivimos en tiempos modernos donde muchas cosas se permiten.
A: ¿Qué es esto?, ya comienzo a sentirme ridículo.
N: No puedo seguir con esto, vamos, tengo dinero, puedo pagarle a cualquiera. No, en realidad no, le tengo miedo a las enfermedades, ni siquiera la chica con la que hablo en Messenger me da la suficiente confianza.
S: ¿Estoy sudando?
E: Si, estoy sudando.
B: Mis manos tiemblan, ¿por qué me estoy obligando a hacer esto?, ¿me estoy burlando de mi mismo?
E: Mierda.
R: !Vamos¡, no queda nada.
G: Listo y “ENTER”.

Los días siguientes me los pasé fumando, tomando café y hablando de banalidades, la vida parecía retomar su normalidad, aunque ese frío solitario estaba siempre presente, quizá fue una liberación atreverme a pedir una acompañante (de mentiras), y sentir que de a poco el asunto se me olvidaba, incluso el pedido podría no llegar, y yo seguir mi vida completamente normal, sin ningún resentimiento. Quizá se me trate de un enfermo al no ser capaz de hilar una relación propia, de carne y hueso, pero en los tiempos que vivimos no es necesario ser un Don Juan, o tener una novia real, las relaciones sociales en proporciones son simplemente lazos laborales o frente a una pantalla, ni siquiera yo me preocupaba en ese momento, ahora no se si tanto.

Pasaba mi tiempo frente al computador, redactaba un par de informes que me pidió la Universidad para un estudio sobre la industria frutícola y los recursos renovables que escasamente quedan en nuestro país, después de vendido todo, incluso la mano de obra, y embarcado hasta el último joven no matriculado en una casa de estudio a trabajar por un sueldo ínfimo al extranjero. Yo era (soy) un privilegiado de todo esto, incluso a pesar de estar solo, mi apartamento al menos tiene vidrio protector contra los rayos ultravioleta.

Veía películas online, descargaba un par de discos pasables y después salía a tomar el metro atestado de gente, increíblemente narrando estos días siento que es un pasado lejano, ahora encerrado en el baño todo se hace un cuento de ciencia ficción, un 1984 venido a menos.

Y este es el presente que ningún pasado pudo cambiar, los métodos producción, y su lógica por sobre la estabilidad humana nuevamente se hacen presente en mi vida. Pero la soledad llama, y creo que es hora de que me comience a dar por vencido, el amor, en su visión capitalizada, te lo venden por Internet, y viene con protectores de pluma-vit, y olor a auto nuevo.


Y allí está, la caja, cerrada y esperando a que yo le saque la cinta de embalaje de encima. Jean, o lo que sea que esté adentro (espero no tener que armarla) está a un paso de mi indecisión. Envidio a los tipos que años atrás tenían que inflar simplemente esa muñeca, ponerse sobre ellas, hacer “su trabajo”, y después olvidarse del asunto; Ahora los japoneses destrozaron todo esa rapidez y le dieron un vínculo peligroso. Abro la caja.


La caja mide exactamente un metro setenta, retiro el sello de garantía, y la cinta de embalaje, estoy tenso. Al abrir la caja una montaña de pluma-vit picada cae sobre mi, el piso es un desastre. Y allí la veo:
Parada, inmóvil, con los ojos cerrados, con el vestido vintage y los labios rojos, un color natural, huelo su perfume a metros. Su piel me da miedo, casi real estiro mi mano para acariciarla, suave, pero fría, no esa frialdad de muerte, si no de noche con mucho viento y lluvia. A un rincón del compartimento están las instrucciones, por suerte no tengo que ensamblar nada, hecho un vistazo al manual.
Señoritas de acompañamiento, la nueva forma de vivir para caballeros.
Nuestro producto no solo garantiza la compañía de una mujer normal y servicial, si no que la satisfacción de todas las necesidades que el hombre pueda tener con una mujer de casa…


No puedo seguir leyendo, lo aberrante que significa todo esto es nauseabundo, voy directo al punto “¿Dónde mierda se enciende esto?” balbuceo antes de darme cuenta que estoy completamente solo.
Las indicaciones son bastante directas: “busque el interruptor en el entrepiernas del modelo A55-40 y espere mientras el sistema operativo entra en marcha, la personalidad del dispositivo se amoldará conforme usted le responda la primera pregunta del test formativo, además de hacer un reconocimiento de voz”.


Deben estar jodiendo, pienso. Meto mi mano entre las piernas de la muñeca, buscando algo parecido a un interruptor, encuentro un botón, no me atrevo aun, la imagen debe ser muy poco decorosa (dale, no cuesta nada…a las una, a las dos, y a las…a las una a las dos y a las…a las una, a las dos, y a las TRES).


-Hola querido, ¿que vamos a hacer esta noche?.
Soon as you came in,
all the beast went away

martes, 2 de agosto de 2011

Resquemor.



Cuando me desperté,
la distancia te había comido.
Mis pies se habían disuelto.
No había vencido.

Sonaban los Blur,
Park life.
All the people, so many people.
Tardíamente feliz.

Ni la descomposición
dio puente
a tu piedad,
liberación de los ojos cansados.

No volviste ni para
mear la tierra de mi tumba.
Ni hurgar las piedras
que me dejaste por alma.



lunes, 6 de junio de 2011

OOH! OOH! OOH!

El fiat 132 zumba bajo el sol intermitente de la carretera, a 200 km rumbo a Puerto Montt. No recuerdo el nombre del último pueblucho que pasamos, sólo ese pestilente olor a fritura de las últimas papas fritas que compramos hace unos kilómetros. Todo grasiento: el volante, mis manos, mi nariz. Tomo unos sorbos de coca-cola y me fijo en el camino, aprendí a manejar ayer. El Polo, mi amigo del alma, me enseñó para que las responsabilidades de nuestra huída no decayeran sobre sus hombros para siempre.

Amanda duerme atrás, mientras su frente suda las últimas gotas de cerveza de anoche. Bajo los asientos las capas que ocupamos para no mancharnos la ropa. Quizá cuento muy rápido las cosas.

Hace unas noches, o anoche, no lo recuerdo con certeza, entramos a un bar para poder relajarnos y estirar las piernas. El lugar retumbaba con rancheras y viejos tirados sobre las mesas, pedimos para beber y nos relajamos aunque yo miraba cada 5 minutos el auto con la esperanza de que alguien se lo llevara y no tuviéramos que seguir haciéndonos cargo de aquella nefasta carga.

Polo se tomó el vaso de un sorbo y después lo golpeó en la mesa, Amanda se turnaba para vernos. Las cosas se hacían pesadas. Los tres rogábamos para que alguien se robara el auto. ¡Mierda, yo mismo le hubiera pasado las llaves a alguien para hacer las cosas más fáciles!

La noche se había puesto violenta. Amanda se reía mientras provocábamos esa riña con aquel viejo verde indecente. Polo lo empujaba y yo lo atajaba, un pinc-ponc eterno y gracioso mientras el otro imbécil balbuceaba palabras indescifrables. Yo amaba sentirme poderoso. Nos pusimos a cantar (no me acuerdo qué).

Polo le dio una zancadilla el tipo calló, se golpeó fuerte, y después trató de levantarse, estaba oscuro, nadie nos veía. Lo golpeamos en el torso turnándonos, estábamos artos de todo, y ese viejo era victima y a la vez el “todo”, dioses sobre si el hijo de puta vivía o moría, sin ninguna razón, éramos dioses. Amanda ya no reía, sacaba fotos, a la cara, a su respiración entre la sangre. Lo niños se comían a su presa.

Tomé un fierro. El tipo no tenía la culpa de nada, pues yo tampoco. Nadie regresaría por él y me acordé de Charles Manson: una canción maldita y molesta que nadie sabe. Le pegué hasta sentir un charco húmedo que se filtraba bajo mis pies. Polo hacia lo suyo y Amanda estaba sentada en el techo del auto sabiendo lo que vendría, aun así insistía en estar con nosotros. Creo haberle insistido que no siguiera con nosotros en este viaje. Sacamos las cotonas blancas (blancas, maldita sea, lo hicimos a propósito, las chuchas de su madre debían ser blancas, debían marcarse para dejar una pista a alguien que quisiera saber de nosotros).

Le sacamos la ropa, la quemamos en un tarro de basura mientras que también nos calentábamos las manos y pensábamos en que hacer y en las razones de nuestro crimen. No éramos psicópatas, pero ya éramos criminales, fuera como lo fuera.

-Yo digo que hay que cortarlo, meterlo en bolsas distintas y repartirlo en lo que queda de viaje – dijo Amanda mientras con un palo jugaba con la ropa que humeaba.

-¿Y si nos pillan?, ¿cuál será nuestro argumento? – Pregunté.

-Simple – dijo Polo- no hay emoción si en un viaje no tienes de que escapar.

Sonreí, mire al tipo gordo, a aquella masa desnuda que yacía tras el auto y pensé en cuanto tendríamos que viajas para deshacernos de él.

Nos pusimos las cotonas y comenzamos a cortar con lo que fuera. Vomité un par de veces, todos lo hicimos, yo trataba de usar la sierra sin mirar. Al darnos cuenta que no era tan difícil, apresuramos el trabajo y metimos los brazos y las piernas juntas en una bolsa negra: la cabeza la hicimos un paquete y el torso, que era lo más grande, no quisimos dividirlo. Nuestros estómagos estaban débiles y no teníamos la sangre fría de “La Familia” para hacerlo. No queríamos realizar aquel macabro acto frente a la estrellas, sólo el momento nos puso en ese camino.

A la Cajuela y seguimos andando. Y así por lo menos unos 400 kilómetros atrás, no tengo muy claro ese cálculo.

Nos detenemos en un sitio eriazo. Hay un agujero enorme: un pozo séptico que termina en una olorosa mezcla de mierda y musgo y ahí, tiramos las bolsas. No flotan mucho gracias a la técnica que aprendimos de una de esas tantas películas de Gángsters de TCM. Llenamos todo de piedras y a dormir con los peces. Subimos al auto, ya estamos en el sur, ¿Y ahora, de qué escaparemos?.

lunes, 30 de mayo de 2011

Pánico Extra: Perdí mi juventud en Curauma.


Movías tu cuerpo sobre mi, tuviste un visible viaje al brillo, y dejaste que te abrazara desnuda en medio de esa tarde colegial, cómplice, de Curauma. Leías vía Internet algunos tomos de “Transmetropolitan”, yo me subía los pantalones, me arreglaba el uniforme del Liceo 2 de recreo y te veía blanca, en ropa interior, sobre la cama de tu hermano, ese que trabajaba todo el día.

Y perdí mi juventud en Curauma, bebíamos mientras yo te leía unos poemas insanos e inexcusables, de los cuales tu insistías que nacería mi fama maldita que me haría una persona conocida en el país. Después me desvestías y seguíamos hasta que llegara la noche, y que la última micro me devolviera a Playa Ancha.
A veces me preguntaba quien de los dos se necesitaba más, salía del liceo, mis compañeros te silbaban, unos me trataban de “Compañero traidor” porque tu eras la mina del colegio cuico de abajo, y yo el cabro chico chorizo adoptado por aquellos Evertonianos Ruletas. Pero no lo era, me habías adoptado en aquella micro que me llevo junto contigo, cuando compramos una bebida y yo falté al preuniversitario.

En una la orilla de aquel tranque artificial que nunca entendí, lanzábamos piedras y el agua se dibujaba en tu cara, nos acostumbramos a estar juntos, tu te dabas cuenta que yo estaba allí, y yo siempre te miraba y sonreías tapándote los ojos, sonriéndome, jugando a ser niños te encontré, cuando aquella tarde, ahí mismito, tomaste mi mano y la llevaste a tu entrepierna, me mirabas con complicidad absoluta, me mirabas como si de todo esto dependiera nuestra existencia, después vino un beso, después vino tu voz en mi oído diciéndome sólo algo que recuerdo aquellas noches en que el Valparaíso ebrio me llama, creo que por eso bebo compulsivamente.

El último cómic que me regalaste fue la “La retirada”, libro 5, donde muestran uno de los tantos orígenes del Joker. Después solo tengo encuentros vagos sobre leídas nostálgicas, y ese eterno “Perdí mi juventud en Curauma”, que suena al “Perdí mi Juventud en los burdeles” de Gonzalo Rojas, la única gran diferencia es que no moriste, como aquella dama de la noche de la cual el poeta hijo de Rokha se enamoró perdidamente.
Después nos perdimos, después llegó el amanecer, después llego mi compañero de casa a despertarme, sonaron los Strokes, y los huevos friendo. Sale de nuevo el sol, tengo una leve sensación de pánico por ello, 

¿Dónde carajo guardé esas pastillas?

domingo, 15 de mayo de 2011

Pánico: Fuera de tiempo


Tomo el celular que suena rompiendo la oscuridad de mi pieza. Odio cuando me llaman en medio de la noche, porque después no puedo seguir durmiendo, me tiembla el cuerpo y no logro tranquilizarme, pienso que todo puede pasar.

Veo el número, me cuesta darme cuenta que no es un mal sueño, pero el aparato vibra, y mi brazo se adormece sosteniéndolo, estoy tenso, es como si me llamara el diablo para comunicarme espléndidamente que está al otro lado de mi puerta con una caja de cigarros y unas películas de cine rumano sin subtítulos

Desvío la llamada, y vuelvo a dejar el celular en la cómoda, miro el techo y comienzo a tararear aquella canción de Oasis de la cual nunca recuerdo el nombre. La noche golpea la ciudad y los gatos se esconden bajo las latas de los callejones, allá abajo en las aceras del puerto, y podría jurar que una guitarra suena dando eco en las calles donde ya no transita nadie, donde todos están muertos entre muertos. En la otra pieza roncan, son las 3 y media de la madrugada y por la mañana tengo clases.

Cierro los ojos, parece que me estoy durmiendo, claro, siento esa pesadez placentera y ese cosquilleo en los ojos vuelve para hacerme sentir feliz. Suena nuevamente el celular, vibra como el diablo, miro el visor, al carajo.

-¿Qué mierda quieres?- respondo.

-¿dormías?...

-Obvio, supongo que tu no.

-Pensaba en ti, ¿vendrás a santiago algún día?.

-No.

-Tus dibujos siguen en mi techo.

-Y los tuyos en mi corazón.

-tienes mi disco de Pulp.

- Ya no, han sido tiempos difíciles., lo vendí.

- Pues supongo que estamos a mano.

-No Soledad, no lo estamos, te pusiste un anillo y le diste fechas a tu vida, ¿no lo recuerdas?.

- Si lo recuerdo, no pasó hace tan poco. ¿Dónde estás viviendo?

-En el basurero donde me dejaste.

-¿Sientes que el mundo te debe algo?-se escucha que sollozos al otro lado.

-Pues claro…un recibo, o una multa por lo menos.

-¿Cortarás?

-Si, ya estoy tranquilo, o sea, no entiendo tu llamada.

-Es duro que seas así conmigo.

-Anillo, vestido, plata, al carajo.

Corto el celular y lo lanzo al final de la pieza, me cubro con las mantas, y comienzo a darle un sentido a mi día que empezará en tres horas más. Adiós Soledad.


domingo, 20 de marzo de 2011

Pánico: En la Playa (Ideas irrelevantes).


Pablo mira el mar con asco, no pertenece en ningún caso al paisaje que lo rodea, como en esas escenas cuando sacan a Bob Esponja desde el fondo de bikini a la superficie. Andrés sonríe eternamente, mientras Rolando Cruz observa con las manos en los bolsillos el ir y venir del agua.

Me saco las zapatillas y pongo los pies bajo la arena, después saco un cigarro y me pongo a fumar pensando en qué vendrá ahora. Llegar no fue fácil, esperamos por lo menos 2 horas a que un lugareño se apiadara de nosotros y con su camioneta remolcara el Fiat 132 a un mecánico cercano, que nos cobró un ojo por una llanta, y le encontró al vehículo otros problemas que podían dejarnos irremediablemente solos sin comida en medio de la nada.

Un silencio se adueña de nosotros, todo parece haber sido absorbido por el sonido del mar, la postal no debe ser muy común: cuatro tipos lo suficientemente obscuros en medio del sol y del paisaje de “Palomita blanca”. Al igual que cuando en “Trainspotting” van a las afueras de la ciudad y solo se recuerdan a si mismo que son los perdedores más célebres de su escena, probablemente algo muy parecido a nuestro caso

Andrés abre con esfuerzo la puerta, la humedad marítima parece haberla hinchado, un olor a naftalina inunda la superficie y se disuelve en el aire. Mala señal. Ya no sonríe y levanta las cejas.

- ¡Eres un conchadesumadre, Andres y la puta madre que te parió! – Exclama Pablo – ¿nos trajiste a limpiar la casa de veraneo de tu papis?.

-Tranquilo, si al final de cualquier forma había que limpiar todo, ¿no? .

Cruz mira el techo buscando el blanco que se esconde meticulosamente bajo una capa de hongos, que no parecen ser una amenaza, pero habla de cómo una casa de verano es “solo una casa de verano”.

Limpio el baño mientras del otro lado de la pared se escuchan las puteadas de Pablo, ha sido una tarde de trabajo absurdo, muy lejano a estar de vacaciones, pero estar lejos de la ciudad, nuestra ciudad, no hace menos patéticos y definitivamente demuestra que no somos las ratas de jaula que creía que éramos. Allí encerrados en Valparaíso.

Saco los restos de pasta de dientes salpicada en el espejo, de esas que no se han limpiado nunca, del apurado que antes de saltar a la playa y a sus olas salvajes tipo surfin bird se lavó los dientes con una descuidada rapidez, y dejó su asqueroso rastro de baba y espuma sobre mi actual imagen. Qué asco.

La casa tiene una terraza que da hacia la playa, la madera está afectada por las termitas. Pablo se sienta junto a la puerta mientras yo intento mantener la estabilidad de la silla de playa más endeble en la que he estado, Rolando Cruz fuma y escribe en un cuadernillo, ha estado gran parte del día en ello. La casa está reluciente y un atardecer caluroso baña las costas del litoral central.

Andrés aparece desde la playa en traje de baño sonriendo y goteando agua salada. Su versión de este momento debe ser muy distinta a la de nosotros, pero, la casa reluce, cierro los ojos y trato de sentir el calor del día que se va.

Son las doce de la noche, Andrés y Pablo beben el poco alcohol que trajimos, Rolando conversa conmigo sobre la literatura Chilena, y el movimiento que él quiere hacer surgir, un planteamiento raro de la poesía Punk y la sensación de asco en el lector, una propuesta que me parece honesta, aunque no estoy seguro si en realidad sea necesaria la poesía para provocar asco, últimamente pienso que las cosas tienen su categoría escatológica propia.

- es la mejor manera de crear un renacer en la forma de tomar la poesía como un arma, romper el esquemita culeado del idealismo del mundo, o por lo menos esa estupidez que tienen los mamones de… - interrumpo.

-bueno, pero sin idealizar el mundo que te rodea tienes el peligro de convertirte en uno de los cuantos Emos que se hacen llamar poetas, ¿no crees?.

-¡no pos huevón!, si el Emo llora, aquí hay rabia, ¿funai?...

-si, claro, pero…¿Qué ya no lo había echo Charles?...

-¡pico con ese viejo de mierda!, yo te hablo de algo más fuerte, es mezclar la supuesta belleza de la poesía con el queso caliente de un pan plástico de Mc’donals, ¡como mezclar sangre con leche!

-Un asco…

-completamente.

Nos quedamos en silencio, su idea me gusta. Me lanza un cigarro y después su libreta, me insta a leer…

Se lee lo siguiente:

Unilateralidad.

Despertar todos los días enterrado,
escombros de felpa que no te dejan dormir,
caricias con jeringas, muerte social.
Vomitar todos los días internado,
perfecciones dulces que no te dejan salir,

latigazos de plumas, bipolaridad.


Sólo ustedes valen la pena,
no cuenten conmigo,
no valgo ni la molestia.
Cruzaré yo solo el Caradhras,
nadaré por mi cuenta en el Aqueronte.


Explotar algún día encarnado,
desolación hambrienta, homicidio.
Matar todo lo profetizado,
carnicería sangrienta, genocidio.

No digan que no lo se los advertí.

viernes, 4 de marzo de 2011

No estar*




El peso en mi espalda es casi imperceptible,
a estas alturas creo que nada puede ser útil.
La mochila carga lo justo y necesario
y mis pies buscan por sí mismos un camino a seguir,
el más largo y distante, vacío.

Un bus de fantasmas que me observan
secos, pobres, inundados de soledad.
Me convierto en uno de ellos
con cada recuerdo que vomita tu sonrisa.
El verde del paisaje me hace burlas a destajo,
ni las ovejas ni las flores irradian su calor de siempre,
la sal en los ojos se vuelve más grata que cualquier destino.

Tu cuerpo ya no es más que cenizas esparcidas en el barro
en el que ahora me hundo,
tus ojos se derramaron exhaustos
y por las ramas de los árboles vibrantes
cae la última gota de sudor
junto a la cuerda invadida de rojo musgo.

Escapar es una inútil y estúpida estrategia, lo sé,
tu imagen es cada vez más nítida
por cada paso que avanzo hacia la nada.
Camino entre las piedras ardiendo,
me paro frente al mar irrespetuoso,
el sonido del ir y venir me da escalofríos.

Caigo de espaldas y me dejo arrastrar a la orilla,
la espuma se deshace en mis piernas
arrancando la piel.
Miro fijamente hacia un lado,
tus dientes muerden firmemente los labios
como tratando de evitar que recuerde tus palabras.
Intento alcanzarlas con los dedos,
pero las olas envidiosas te borraron para siempre.

Ya no estás,
tienes esa enorme suerte,
por mi parte espero que el mar arrase conmigo pronto
hasta que mis huesos
se confundan con las mil piedras
de este sombrío lugar.

martes, 11 de enero de 2011