Soledad corre las cortinas asomándose por consecuencia a la fenomenal vista de la Plaza Italia. La gente sale como agua de la estación del Metro Baquedano. Riega las plantas, y da un largo suspiro.
El sol calienta la casa, la deja agradable, ideal para el silencio que siempre la reina. Ideal para dormir en el sillón.
Lava los platos, los seca y mete la ropa a la secadora. Mucho silencio, más del común, se decide a poner ese disco compilado. Suena “Pasajera en trance”.
Toma unos cuadernos, los cálculos de física se asoman desafiantes. Extraña el mar, Valparaíso, aunque le avergüenza volver, piensa en el Pancho, y en cómo no volvió a buscarla al Muelle. Igual llovía, “le pasó algo” Supone.
(Charly) Ella está por embarcar, Quizás consiga un pasaje en la borda.
Se toma el pelo, y lo sostiene con un lápiz. Le da ese toque asiático que siempre la ha caracterizado. Francisco siempre la llamó “mi Chinita”, y eso era lo más cursi que escuchaba de él, lo demás eran esas frases adolescentes pseudo eróticas que terminaban con ambos pegados como larvas o mirando las estrellas desde viña del mar, en alguna de sus playitas incomodas.
(Charly) Ella está por despegar, Ella se va.
Va a la cocina, saca la leche y bebe de la caja, después se queda pensando en cómo los porteños ocupan el término “frío” para referirse al refrigerador, siempre le dio risa. Son las 5 de la tarde, comienza a hacer un poco de frío, vuelve al living y cierra las ventanas del balcón. Se sienta nuevamente a la mesa, toma los libros y sigue leyendo.
(Charly) Ella viaja sin pagar. El viejo truco de andar por la sombra.
Recuerda que una vez con Pancho estuvieron una tarde entera en aquél mirador, ella grababa con la cámara, mientras el comía chocolate y después de tragar se ponía a escribir en el cuadernillo que nunca dejaba. Le escribía a ella, mientras Soledad se sonrojaba. Quinceañeros.
Le es difícil recordar tiempos mejores. Cuando se vino a Santiago le hizo falta absolutamente todo, pero a la vez nada.
Todo había funado, y su carrera era como lo más interesante que le presentaba esta metrópolis, que por cierto, al no tener mar, la asfixia constantemente.
Se cansa, toma el libro y lo lanza lejos. Va al baño, se moja la cara, tiene sueño, el libro la aburrió tanto que quiere espabilar. Abajo en la plaza se escuchan gritos, ganó la selección Chilena. Poco o nada le puede interesar, se mete a la ducha, abre la llave. Prefiere salír.
(Charly) Pasajera en trance. Pasajera en tránsito perpetuo.
Sale de la ducha, va a la pieza mientras en el camino saca un cigarro de la cajetilla junto a las llaves de la puerta. Lo enciende y da una bocanada grande. Lo deja de lado en el cenicero junto al televisor, y comienza a secarse el pelo. Largo, negro, fino, liso y sin tintes.
Comienza a vestirse.
(Charly) Pasajera en trance. Transitando los lugares ciertos.
Francisco, por las noches en que no la dejaban salir, iba a su casa y le tiraba piedrecillas en la ventana, como en las películas gringas, y se quedaba mirándola desde el patio y conversando por horas, a veces los pillaba el amanecer y el debía marcharse a pie.
Era raro, el prefería mil veces estar conversando cabeza arriba con ella, en vez de irse a beber con la pandilla de monstruos a los que llamaba amigos. Quizá en realidad estaba enamorado. Nunca le dio tanto crédito como ahora.
(Charly) Un amor real, es cómo dormir y estar despierto.
Toma el abrigo y se mira frente al espejo, mira algunos detalles en el pelo, y se decide a salir un rato. Contacta a las amigas por celular, queda de acuerdo. Piensa en lo alto que tendría que tirar piedras Francisco para poder llegar hasta su ventana, se sonríe. Últimamente piensa tantas huevadas.
Toma las llaves y camina a la puerta. Sale, cierra con pestillo y baja con el eco de sus pasos tras de ella.
(Charly) Un amor real es como vivir en aeropuerto.
Y la casa queda vacía. Nadie respira, con los libros sobre la mesa. Y todo se queda allí quieto, porque cuando Soledad no está, todo se vuelve su nombre.