Ok, hace tiempo que no ponían nada como un intermedio al
cuento “Las cosas” (O ”en caso de emergencia” en la versión más proto rockera
de Sangreconleche). Pero creo que es difícil escribir cuando tu vida se transforma
en un apocalipsis zombie, sin zombies, y
sin nadie en las calles. Yo lo he comprobado andando en la tabla por el Valparaíso
lleno de madrugada. Honestamente creo que ideas hay muchas, pero en cuentos
como el que estamos escribiendo es necesario por lo menos en las letras
sentirte un héroe.
¿Por qué un héroe?, porque solo en los cuentos que
escribimos podemos serlo. Por muy triste que esto se escuche. Y bueno, me quedo
en silencio frente al teclado y me pregunto, ¿Por qué una historia de zombies?,
¿por qué escribir sobre una sociedad devastada y la soledad propia de los
personajes?, cuando en la vida real esta soledad es casi igual de profunda, y
no hay un paralelo para no volvernos locos.
No somos héroes ni en los cuentos que escribimos. Ni en la
vida real. ¿Y qué importa?
Claramente seguiremos escribiendo, gracias a los que se han
dado una vuelta a leer lo que ponemos, pero recuerden que todo es una mentira.
Y que difícilmente llegará algo para salvarnos, algo tan hermoso como un
apocalipsis zombie.
La realidad supera lo que escribimos. Una noche sin
estrellas, y con ellas aburridas de escucharnos es peor que cualquier “cosa”
comiendo cerebros frente al puesto de completos en bellavista. La realidad
supera nuestras letras.
(Ese soy yo, en una fusión rara con Sangreconleche)
La casa olía a sanitizante, la
luz se colaba entre las cortinas del balcón, recordé aquellos días en que por
la noche terminábamos borrachos riéndonos de situaciones como esta. Claramente
no lo dimensionábamos, ¿y que más querían?, ¿Cómo íbamos a saber que el mundo
se convertiría en el Resident Evil 3?, al carajo. Veía el foro desde el note
del Diego, palabrotas y palabrotas de tipos que estaban escondidos bajo sus
camas, a lo mejor nunca habían visto el centro, ni como las rubias que ellos
querían tocar ahora querían comérselos (literalmente). Dejé el note de lado.
Diego veía y apuntaba con mi
pistola. Un juguete más de este horrendo espectáculo.
-Pensándolo
bien, quiero una cerveza – le digo mientras me estiro en el sillón.
-
Bien Pablito, como los hombres.
Abrí la lata, y me estiré en el
sillón de cuero falso, frente a la tele con el X-BOX 360. Bebí, y suspiré como
en los comerciales. Del piso tomé el control, como si fuera el dueño de casa, y
encendí la TV. El silencio de los canales que ya no trasmitían, hubiera
preferido mil veces que la mina del aro saliera a cortarme la cabeza antes de
ver que seriamente para nadie existíamos. Y de vuelta, para nosotros ya no
existía nadie.
-No
te bajonees Pablo, tengo un par de juegos que te pueden servir…
-No
quiero jugar, ya tuve suficiente, ¿me
pasas la pistola y otra lata?
-Cálmate,
o si no tendrás que ir a buscar más, lo único bueno es que contigo podremos
sacar botellas y de todo lo demás, ¿quieres cigarros?
La hospitalidad y la cantidad de
suministros de Diego solo decían una cosa: Había salido a cumplir con su
perfil, ante el fin del mundo, lo primero que saquearía sería una botillería.
Me pasó la pistola, unos cigarros, un cráneo que sirve de cenicero, y otra
lata. MANSO CARRETE.
Tomé un largo sorbo, encendí el
cigarro, y comencé a cargar nuevamente el revólver.
Cargados los seis tiros, me eché
y seguí bebiendo, Diego me observaba en silencio hasta que se fue a su pieza,
comprendió que no quería hablar, claramente ¿Qué podía contarle?, ¿Mi familia?,
¡la raja pos huevón!, mañana íbamos a la playa aprovechando el fin de semana
largo.
Me quedé dormido.
Un ruido sonó entre la oscuridad,
no era la puerta. Estaba adentro, al otro lado del sillón, Diego me habría
despertado a chuchadas, ¿quién mierda estaba en la casa?, me pregunté. Me hice
el dormido un rato, tome fuerte la pistola contra mi pecho y cerré los ojos.
Sentí que se me acercaban, me
observaban, no se atrevían a despertarme. Bueno, claramente, ahora que lo
pienso, despertar a un huevón neurótico que duerme con un arma al pecho es
completamente iluso. No era una “cosa”, dado que respiraba normal, y no hacía
ruidos asquerosos ni nada por el estilo.
Claramente no quería despertarme,
pero si sintió la curiosidad de Diego. Con su
mano comenzó a tratar de sacar el arma, me hice el huevón un rato y
apreté: seguía, seguía, se rindió. ¿Y si era un ladrón queriendo robar lo que
nos quedaba? ¿Y si ya se había pitiado al Diego mientras dormía? ¿Qué hora era?
Que se yo…
Abrí los ojos, en la oscuridad
todo era difuso, y con fuerza me levante, mande un empujón, tire lo que fuera
al piso, escuche la voz de una mujer, me asusté y apunté.
-DIEGOOO
– gritaron y se encendió la luz.
-¡huevón
de mierda, baja esa huevá de pistola, es la Paloma, mi amiga!
La vi, estaba allí tirada de
espaldas cubriéndose con los brazos, y yo apuntándola, inmediatamente bajé el
arma.
-¿Qué
mierda culiao?, ¿ahora eris el ejército de salvación? – Se asomó un perro,
negro, no sé de qué raza... – ¡Y MAS ENCIMA TENÍS UN PERRO!
-¡Claro,
energúmeno de mierda!
Me senté nuevamente, me tomé la
cabeza, la miré, miré al perro, miré al Diego que estaba con un saco de dormir
encima.
-Pablo,
mucho gusto - dije irónicamente. Paloma, la chica de la Steam.
Nos sentamos, le pedí disculpas,
le dije que yo no era así, pero había creído que era una ladrona, sonrió
mientras disolvía el azúcar del café.
-Me vine a quedar el fin de semana con el Diego, y bueno. Pasó esto
- Miré al Diego, se hizo el huevón y me
lanzó un cigarro.
-
¿Y qué vas a hacer?.. – Pregunté.
-Se
quedará conmigo hasta que viajemos –interrumpió Diego.
-
Si, eso, hasta que viajemos, por el momento quería conocer la ciudad, pero
parece que está medio difícil – dijo entre una risa nerviosa, a mi las cosas no
me calzaban. Esta chica de pelo negro medio largo (entre melena y largo a decir
verdad), blanca, con pinta de 17, a lo más 18 años, estaba sola (con nosotros a
lo más) en medio de una ciudad de mierda llena de “cosas” que comían cerebros y
que el suyo no era una excepción. Y me hablaban de viaje, lo pensé y…
-¿VIAJE?
-
si pos –nuevamente Diego- tiene que volver a su casa, bueno…si es que…y yo
tengo que ver a mi hermano.
-Y
eso es en…
-
Santiago City – Dijo paloma dándole un tono de concurso de tele.
Me encogí de hombros, me incliné
hacia atrás y cerré los ojos, me dolía la cabeza. Estaban en silencio,
esperando mi respuesta, pero ¿Qué más daba?.
-Okap,
iremos a Santiago – Ambos rieron, Diego corrió al refrigerador, sacó tres
chelas y nos dispusimos a seguir bebiendo.
El rato pasó, nos reímos, yo los
miraba a ambos, se veían como si este episodio fuera lo que más necesitaban en
sus vidas, me dio un poco de miedo. Encendí otro cigarro, nos quedamos en
silencio. Los miré, es decir, en verdad Diego me miró y yo lo seguí.
-Ya…¿y
a cuantos Zombies te pitiaste en el camino? – Lo miré, y encogí los ojos, miré
a la mesa.
-Ya
viste a la rubia del auto, ¿no? – Ambo se rieron a carcajadas.
-Huevón,
fue el terrible show, no le achuntabas nunca, ¿nunca cachaste en las películas
que el balazo es en la cabeza?...me indignas.
-
Seguía la guía para matar “cosas” del “Amanecer de los muertos”, primero las
piernas, para inmovilizar, después la cabeza.
-
AJAJAJA, NOTABLE, es brigida esa escena – dijo Paloma, su sonrisa era enorme, rebosante
de alegría, yo dejé de sonreír apenas me hicieron la pregunta. No podía.
-¿y
le diste a otro más? – preguntó, entre risas, medias pecosas, con grandes ojos
café oscuro.
-
Si.
-¿
a quién?, ¿un paco?, eso sería típico de ti- replicó Diego, extasiado entre sus
chelas.
-
A mi hermana.
SILENCIO.
-C-como…¿mataste
a tu hermana? – preguntó paloma.
-
No, ya estaba muerta, o sea…no lo se…
-Era
un zombie – de nuevo Diego.
-Huevón
no les digai así, esa huevá tan gringa, tan llena de fans, de huevones que
esperaban esta huevá de carnicería.
Diego en otro momento me habría
dicho mariconcito por ese argumento, quizá no lo hizo por mi confesión.
La noche había avanzado hasta las
4:30, afuera no se escuchaba nada, con Diego estábamos asomados por el balcón,
Paloma dormía plácidamente en el sillón. No comprendía su facilidad de dormir,
bueno, con las cervezas encima era posible dormir bien.
-¿Cuántos crees que hayan en esta
manzana? – Preguntó.
-No lo sé, ¿Cuántos vecinos tenías?
–encendí el penúltimo cigarro.
- Su resto, y creo que sé cómo hacer
para saber y a la vez deshacernos de todos, digo, pronto tendremos salir del
edificio para viajar, y bueno, tenerlo despejado es la mejor manera, por eso primero creo que deberíamos darles
una peleíta.
“Peleíta”, pensé. ¿Qué íbamos a
ver?, probablemente yo primero debía asumir que eran zombies, nada de “cosas”,
y que bueno, en un mundo realmente loco, lo mejor era tener actitudes de esa
naturaleza, nosotros teníamos la opción, al menos, de elegir.
-¿Y el plan
es?...
-Abajo hay un
auto, le hacemos contacto por los cables, alimento la bobina y listo,
encendido.
-OOOK,
¿y después?...
-Llevamos
el auto justo acá al frente – dijo mientras apuntaba al centro de la manzana- e
iniciamos un incendio, el auto explotará y se quemarán. La idea es que se
junten muchos más.
-¿Explotar?
-Tengo
un bidón grande de bencina, y anoche antes de que llegaras me quedaron unas
mechas listas para lanzar.
-¿No
has pensado en que nos atravesaremos con muchos de ellos antes de lograr subir?.
-Idiota,
tiraremos una mecha desde el balcón, pero tenemos que subir antes de que todo
se evapore…
Pensé un momento la situación, me
asustaba la idea de querer hacerlo. De cierta manera era como aceptar, como lo hacía
Diego, el mundo en el que ahora vivíamos.
Segundo tras segundo peleaba contra la locura,
la des humanidad, y estaba perdiendo,
pero ¿Qué más nos quedaba?, había que eliminarlos a todos antes de que se
enteraran de que estábamos aquí. Paloma dormía, Diego la miraba con mucha
nostalgia. Bajé la vista.
Diego sacó de su closet un pesado
bidón lleno de gasolina, mientras que al lado tenía unas botellas de jugo watts
listas para lanzarlas como un infernal coctel molotov, ni los pacos hubieran
imaginado semejante arsenal, me puse un abrigo verde, unos bototos que me
prestó el mismo Diego (al parecer el si había estado preparando MESES este
apocalipsis), y una mascarilla de gases.
Metí las mechas en la mochila,
unas 20 por lo menos, sonaban y me hacían recordar el 2011 con una amargura
inmediata.
-Como cuando salías en la UPLA, así el olor no te va a
marear.
-¿cómo lo hiciste para no morir asfixiado, huevón,
esto estaba en tu pieza?
-Lleva acá pocos días y lo cubrí con mucha ropa, un remedio casero que
me enseñó mi hermano.
Tomó su bate, el bidón, ordenó
que lo siguiera y lo cubriera ante cualquier amenaza, algunos corrían y podían
saltar sobre cualquiera de los dos.
Miró por última vez a Paloma. Primera
vez que veía esa expresión en Diego, más adelante las cosas se pondrían difíciles,
por eso recuerdo esta noche como uno de los hitos que nos marcaron a los tres. Cerró
la puerta con llave y comenzamos a caminar por el pasillo.
-Todo
comenzó así, y ponme mucha atención – me decía mientras caminaba con un poco de
pesadez, tambaleándose por el peso del bidón – la historia de lo que vivimos
hoy es re simple, aquí en chile, según leí y vi en algunos videos, la epidemia
comenzó en un manicomio en Concepción.
-
Esa noticia la dieron un par de veces.
-Una
mierda, no contaron todo, dijeron que había sido un simple motín, y mostraron
la sangre por todos lados, no dijeron nada de lo que pasaba allá adentro.
-No
me sorprende…
-Para
nada, la huevá es que tenían a un tipo encerrado por un caso de supuesta rabia,
una enfermedad rara para estos tiempos, además que no presentaba los síntomas normales, si no que mostraba una rara deformación
en la piel: podredumbre
-¿Cómo no se
dieron cuenta que el pobre huevón estaba muerto?
-
eso es poh’, si se dieron cuenta, y lo encerraron mientras el servicio de salud
y otros organismos internacionales lo examinaban.
-No
me calza, ¿y por qué no lo sacaron del sanatorio y se lo llevaron a algún
bunker?..
-No
se atrevían, parece que todo era muy contagioso – sentimos un ruido, paramos un
rato. Nada.
-
Pero, ¿de dónde sacaste la información? – Pregunté.
-
Simple, pequeño saltamontes, el foro que tu estás leyendo es el único medio de
información para los que seguimos vivos…bueno, por lo menos sanos.
-ya,
¿y?.
-Un
funcionario de concepción, se hizo usuario del mismo y nos contó a todos, igual
fue para la cagá, si tú me hubieras hecho caso desde un principio, sabrías todo
lo que yo sé…
-Me
calza con los casos de los gringos que se comían las caras.
-Exacto
huevon, ¡por fin cachai algo!, ¿Cómo mierda esperaban los gringos que con las
sales de baño que tengo en mi tina podías convertirte en Hannibal Lecter?
-imposible…
-Te
das cuenta que ahora que toda la lógica se ha dado vuelta, ¡es hermoso!, ¡el
tipo se escapó, mordió a otro y comenzó la carnicería!
Bajamos los escalones, con miedo,
a pasos apresurados tratábamos de hacer el menor de los ruidos, a veces sentíamos
movimientos, pero la reacción de las “cosas” era mucho más lenta, sentían un
sonido y se demoraban mucho en moverse,
aunque cuando estaban seguros corrían tras de ti. Esas eran mis conclusiones
después de días huyendo, disparando, viendo como los milicos se llevaban a la
Alondra.
Llegamos al estacionamiento, solo
nos separaba una reja de la calle, y unos metros de la esquina con vista a la
casa de Diego.
-Tú
abre la reja, yo hago el contacto – ordenó.
Corrí, y me iré contra el metal,
e intenté correrlo hacia un lado, no daba resultados. Miré a una de las
esquinas y me sentí idiota al darme cuenta que la reja era eléctrica, fui a la
casilla del guardia.
La puerta estaba cerrada, aunque
los vidrios rotos, ensangrentados daban huella de un increíble festín, abrí la
puerta y del Don solo quedaba un torso, y un brazo a medias. Evité vomitar,
entre toda la sangre estaba el interruptor, le di e inmediatamente la reja comenzó
a abrirse, haciendo esa pequeña alarma que a Diego y a mi nos dejó fríos. Se
asomó desde el auto y nos miramos cagados de miedo. Sentíamos los movimientos,
caían basureros, a lo lejos se sentía una horda de muertos chocando entre sí,
si no nos apurábamos íbamos a ser carne, solamente eso.
El sonido terminó y el silencio volvió a
reinar. Caminé hacia el auto.
-¿Cómo
vas? – pregunté.
-
Pulento, el auto está listo, solo tengo que hacer esto – movió un par de cables
y se encendió- cacharás que si encendemos las luces dejamos la cagá.
Asentí, me subí al copiloto,
mientras Diego ponía en primera y movía lentamente el vehículo por el
estacionamiento, pasábamos la reja, el bidón descansaba en el asiento trasero.
-¿No
crees que hubiéramos podido, con toda esa gasolina y este auto viajar a Santiago
ahora mismo? – era mi inevitable pregunta.
-
Hay que esperar, son 5 días, ya te contaré.
Nos pusimos en la esquina, ahora
venia la fase más bonita del plan, rociar todo para que ardiera como en el mayo
francés. Saque las mechas y comenzamos a golpearlas contra el auto, llegue a
romper el parabrisas con una, por otro lado el Diego roseaba con el bidón, yo
comencé a tirarlas en los alrededores, esto iba a ser un infierno.
Dejamos a la mitad el bidón, y lo
pusimos en el asiento de enfrente, Diego en un acto de humor le puso el
cinturón de seguridad, reí a mis adentros.
-Cuando
se comience a quemar, el bidón será la obra maestra, esta huevá explotará de lo
lindo, ahora, CORRE.
Comenzamos nuestra carrera, las
escaleras se hacían nuevamente largas, como
cuando había llegado, esta vez hacíamos ruido, estábamos un tanto
desesperados, comenzaron las carreras tras nosotros. Miré hacia atrás.
-Cresta,
¡tenemos a dos, una vieja y un huevon con corte de milico! –grité.
-
Los vecinos del 810, ¡¡pícala!!
Corrimos, hasta la puerta que
daba al pasillo del departamento, Diego la pateó y vimos a dos muertos más que
estaban chocando entre si.
-Pablo, tu
dale a los de atrás –volvió a ordenar y se abalanzó con el bate sobre los zombies, el choque de cabezas húmedas
contra el metal sonaba de aquí a dos cuadras. Saqué la pistola y me quedé
campeando frente a la puerta, los sentí llegar, se asomó primero la vieja “BANG”,
a suelo headshot, tiritó un rato y murió (nuevamente), di dos pasos atrás, se
asomó el tipo con corte de milico, parecía recién salido del servicio militar,
era grandote, me dio un poco de miedo, respiraba agitado, dude un poco, pero comencé
el juego. “BANG”, rodilla izquierda, “BANG” rodilla derecha, la mierda se
arrastraba como merecía, ya en este mundo no había muerte digna para esta
escoria. La sangre se esparcía por el pasillo. Llegó hasta mí, me tomó de las
botas, de ambas, estaba lento, al parecer no comía hace rato. Subió la cabeza
esperando botarme o poder comer algo.
Poniéndome en su lugar, creo que fue
desilusionante para el ver que le ponía la pistola justo en la frente. Disparé,
sus sesos se derramaron sobre la pared blanca. Todo era un desastre, Diego, me
tomo del hombro y nos fuimos directo a la puerta.
Abrimos y nos sacamos todo el
peso de encima, Diego reía, tomaba un paño para limpiar su bate, después el
mismo paño lo tiraba por la ventana, mientras buscaba el cloro, yo tomé las
últimas mechas y las ponía en el balcón. Despertamos a Paloma.
-Ahora
démosle al auto, Paloma, tu primero… -dijo Diego, yo observaba en silencio.
-¿Qué?,
¿Bajaron sin mi? –Decía Paloma con aire de niña mimada.
-Ahí te
explicamos – le paso una mecha, mientras le daba las instrucciones de como
lanzarla.
-LANZALA O SE
QUEMA LA CASA – gritó.
La primera estela de luz salió y
golpeó el auto, comenzó el fogón “ya está ardiendo, ya está ardiendo, el fuego,
el fuego”, Paloma sonreía, como si estuviéramos en año nuevo, se abrazaron con
Diego, yo por mi parte tomé otra y la lancé, también di en el auto, el fuego comenzaba
a esparcirse, a lo lejos sentimos la horda enfurecerse. Las Lanzamos casi todas
(yo guardé una aparte, para comenzar el baile), el auto ahora era una bola de
fuego incandescente que iluminaba toda la cuadra, comenzaron a llegar montones
de muertos, la que tenía reservada la apunte directo a la multitud, sin mentir
eran por lo menos 600 bichos, todos buscando algo que comer. Encendí, y lancé.
La mecha dio justo en el blanco,
comenzaron a quemarse, el auto ya estaba en su última fase, recordé el bidón, y
justo “PAF”, el auto explotó en una bola
de fuego enorme que alcanzó todo a su alrededor, ahora se quemaban, gemían, los
vidrios a los alrededores se quebraban, se cortaban, pero lo más importante,
chocaban entre ellos, expandian el fuego.
Nos Reímos, habíamos despejado el edificio, habíamos quemado
a mas de 600 imbéciles muertos. Me fui a dar una ducha, y después pasé al
espejo para reconocerme.
Diego también a documentado los hechos hasta ese día, puedes verlos Aquí.
Ilustración tipo cómic de nuestra amiga Nikol (@lanegrademierda), salgo bonito, muchas gracias por ello.