¿Y a quién le escribo ahora?
Bajo el sol de la primavera que quema mi cuello,
Mientras el veneno de la capital,
nutre tu feto.
¿Y a quién el escribo ahora?
Si el poeta no existe,
cuando la poesía son y era tu cuerpo y mi anhelo...
Ahora con el hijo de otro,
lejana te levantas a dar vida.
Mientras me lleno de muerte,
y como las moscas rodeando el cadáver de lo hermoso,
yo me quedo buscando el soplo,
de la vida del amanecer rojo.
Que por supuesto no puedo ver.
Me da sueño, pálida.
Sin nombre, sin rostro. Ya no te recuerdo.
Ok, hace tiempo que no ponían nada como un intermedio al
cuento “Las cosas” (O ”en caso de emergencia” en la versión más proto rockera
de Sangreconleche). Pero creo que es difícil escribir cuando tu vida se transforma
en un apocalipsis zombie, sin zombies, y
sin nadie en las calles. Yo lo he comprobado andando en la tabla por el Valparaíso
lleno de madrugada. Honestamente creo que ideas hay muchas, pero en cuentos
como el que estamos escribiendo es necesario por lo menos en las letras
sentirte un héroe.
¿Por qué un héroe?, porque solo en los cuentos que
escribimos podemos serlo. Por muy triste que esto se escuche. Y bueno, me quedo
en silencio frente al teclado y me pregunto, ¿Por qué una historia de zombies?,
¿por qué escribir sobre una sociedad devastada y la soledad propia de los
personajes?, cuando en la vida real esta soledad es casi igual de profunda, y
no hay un paralelo para no volvernos locos.
No somos héroes ni en los cuentos que escribimos. Ni en la
vida real. ¿Y qué importa?
Claramente seguiremos escribiendo, gracias a los que se han
dado una vuelta a leer lo que ponemos, pero recuerden que todo es una mentira.
Y que difícilmente llegará algo para salvarnos, algo tan hermoso como un
apocalipsis zombie.
La realidad supera lo que escribimos. Una noche sin
estrellas, y con ellas aburridas de escucharnos es peor que cualquier “cosa”
comiendo cerebros frente al puesto de completos en bellavista. La realidad
supera nuestras letras.
(Ese soy yo, en una fusión rara con Sangreconleche)
La casa olía a sanitizante, la
luz se colaba entre las cortinas del balcón, recordé aquellos días en que por
la noche terminábamos borrachos riéndonos de situaciones como esta. Claramente
no lo dimensionábamos, ¿y que más querían?, ¿Cómo íbamos a saber que el mundo
se convertiría en el Resident Evil 3?, al carajo. Veía el foro desde el note
del Diego, palabrotas y palabrotas de tipos que estaban escondidos bajo sus
camas, a lo mejor nunca habían visto el centro, ni como las rubias que ellos
querían tocar ahora querían comérselos (literalmente). Dejé el note de lado.
Diego veía y apuntaba con mi
pistola. Un juguete más de este horrendo espectáculo.
-Pensándolo
bien, quiero una cerveza – le digo mientras me estiro en el sillón.
-
Bien Pablito, como los hombres.
Abrí la lata, y me estiré en el
sillón de cuero falso, frente a la tele con el X-BOX 360. Bebí, y suspiré como
en los comerciales. Del piso tomé el control, como si fuera el dueño de casa, y
encendí la TV. El silencio de los canales que ya no trasmitían, hubiera
preferido mil veces que la mina del aro saliera a cortarme la cabeza antes de
ver que seriamente para nadie existíamos. Y de vuelta, para nosotros ya no
existía nadie.
-No
te bajonees Pablo, tengo un par de juegos que te pueden servir…
-No
quiero jugar, ya tuve suficiente, ¿me
pasas la pistola y otra lata?
-Cálmate,
o si no tendrás que ir a buscar más, lo único bueno es que contigo podremos
sacar botellas y de todo lo demás, ¿quieres cigarros?
La hospitalidad y la cantidad de
suministros de Diego solo decían una cosa: Había salido a cumplir con su
perfil, ante el fin del mundo, lo primero que saquearía sería una botillería.
Me pasó la pistola, unos cigarros, un cráneo que sirve de cenicero, y otra
lata. MANSO CARRETE.
Tomé un largo sorbo, encendí el
cigarro, y comencé a cargar nuevamente el revólver.
Cargados los seis tiros, me eché
y seguí bebiendo, Diego me observaba en silencio hasta que se fue a su pieza,
comprendió que no quería hablar, claramente ¿Qué podía contarle?, ¿Mi familia?,
¡la raja pos huevón!, mañana íbamos a la playa aprovechando el fin de semana
largo.
Me quedé dormido.
Un ruido sonó entre la oscuridad,
no era la puerta. Estaba adentro, al otro lado del sillón, Diego me habría
despertado a chuchadas, ¿quién mierda estaba en la casa?, me pregunté. Me hice
el dormido un rato, tome fuerte la pistola contra mi pecho y cerré los ojos.
Sentí que se me acercaban, me
observaban, no se atrevían a despertarme. Bueno, claramente, ahora que lo
pienso, despertar a un huevón neurótico que duerme con un arma al pecho es
completamente iluso. No era una “cosa”, dado que respiraba normal, y no hacía
ruidos asquerosos ni nada por el estilo.
Claramente no quería despertarme,
pero si sintió la curiosidad de Diego. Con su
mano comenzó a tratar de sacar el arma, me hice el huevón un rato y
apreté: seguía, seguía, se rindió. ¿Y si era un ladrón queriendo robar lo que
nos quedaba? ¿Y si ya se había pitiado al Diego mientras dormía? ¿Qué hora era?
Que se yo…
Abrí los ojos, en la oscuridad
todo era difuso, y con fuerza me levante, mande un empujón, tire lo que fuera
al piso, escuche la voz de una mujer, me asusté y apunté.
-DIEGOOO
– gritaron y se encendió la luz.
-¡huevón
de mierda, baja esa huevá de pistola, es la Paloma, mi amiga!
La vi, estaba allí tirada de
espaldas cubriéndose con los brazos, y yo apuntándola, inmediatamente bajé el
arma.
-¿Qué
mierda culiao?, ¿ahora eris el ejército de salvación? – Se asomó un perro,
negro, no sé de qué raza... – ¡Y MAS ENCIMA TENÍS UN PERRO!
-¡Claro,
energúmeno de mierda!
Me senté nuevamente, me tomé la
cabeza, la miré, miré al perro, miré al Diego que estaba con un saco de dormir
encima.
-Pablo,
mucho gusto - dije irónicamente. Paloma, la chica de la Steam.
Nos sentamos, le pedí disculpas,
le dije que yo no era así, pero había creído que era una ladrona, sonrió
mientras disolvía el azúcar del café.
-Me vine a quedar el fin de semana con el Diego, y bueno. Pasó esto
- Miré al Diego, se hizo el huevón y me
lanzó un cigarro.
-
¿Y qué vas a hacer?.. – Pregunté.
-Se
quedará conmigo hasta que viajemos –interrumpió Diego.
-
Si, eso, hasta que viajemos, por el momento quería conocer la ciudad, pero
parece que está medio difícil – dijo entre una risa nerviosa, a mi las cosas no
me calzaban. Esta chica de pelo negro medio largo (entre melena y largo a decir
verdad), blanca, con pinta de 17, a lo más 18 años, estaba sola (con nosotros a
lo más) en medio de una ciudad de mierda llena de “cosas” que comían cerebros y
que el suyo no era una excepción. Y me hablaban de viaje, lo pensé y…
-¿VIAJE?
-
si pos –nuevamente Diego- tiene que volver a su casa, bueno…si es que…y yo
tengo que ver a mi hermano.
-Y
eso es en…
-
Santiago City – Dijo paloma dándole un tono de concurso de tele.
Me encogí de hombros, me incliné
hacia atrás y cerré los ojos, me dolía la cabeza. Estaban en silencio,
esperando mi respuesta, pero ¿Qué más daba?.
-Okap,
iremos a Santiago – Ambos rieron, Diego corrió al refrigerador, sacó tres
chelas y nos dispusimos a seguir bebiendo.
El rato pasó, nos reímos, yo los
miraba a ambos, se veían como si este episodio fuera lo que más necesitaban en
sus vidas, me dio un poco de miedo. Encendí otro cigarro, nos quedamos en
silencio. Los miré, es decir, en verdad Diego me miró y yo lo seguí.
-Ya…¿y
a cuantos Zombies te pitiaste en el camino? – Lo miré, y encogí los ojos, miré
a la mesa.
-Ya
viste a la rubia del auto, ¿no? – Ambo se rieron a carcajadas.
-Huevón,
fue el terrible show, no le achuntabas nunca, ¿nunca cachaste en las películas
que el balazo es en la cabeza?...me indignas.
-
Seguía la guía para matar “cosas” del “Amanecer de los muertos”, primero las
piernas, para inmovilizar, después la cabeza.
-
AJAJAJA, NOTABLE, es brigida esa escena – dijo Paloma, su sonrisa era enorme, rebosante
de alegría, yo dejé de sonreír apenas me hicieron la pregunta. No podía.
-¿y
le diste a otro más? – preguntó, entre risas, medias pecosas, con grandes ojos
café oscuro.
-
Si.
-¿
a quién?, ¿un paco?, eso sería típico de ti- replicó Diego, extasiado entre sus
chelas.
-
A mi hermana.
SILENCIO.
-C-como…¿mataste
a tu hermana? – preguntó paloma.
-
No, ya estaba muerta, o sea…no lo se…
-Era
un zombie – de nuevo Diego.
-Huevón
no les digai así, esa huevá tan gringa, tan llena de fans, de huevones que
esperaban esta huevá de carnicería.
Diego en otro momento me habría
dicho mariconcito por ese argumento, quizá no lo hizo por mi confesión.
La noche había avanzado hasta las
4:30, afuera no se escuchaba nada, con Diego estábamos asomados por el balcón,
Paloma dormía plácidamente en el sillón. No comprendía su facilidad de dormir,
bueno, con las cervezas encima era posible dormir bien.
-¿Cuántos crees que hayan en esta
manzana? – Preguntó.
-No lo sé, ¿Cuántos vecinos tenías?
–encendí el penúltimo cigarro.
- Su resto, y creo que sé cómo hacer
para saber y a la vez deshacernos de todos, digo, pronto tendremos salir del
edificio para viajar, y bueno, tenerlo despejado es la mejor manera, por eso primero creo que deberíamos darles
una peleíta.
“Peleíta”, pensé. ¿Qué íbamos a
ver?, probablemente yo primero debía asumir que eran zombies, nada de “cosas”,
y que bueno, en un mundo realmente loco, lo mejor era tener actitudes de esa
naturaleza, nosotros teníamos la opción, al menos, de elegir.
-¿Y el plan
es?...
-Abajo hay un
auto, le hacemos contacto por los cables, alimento la bobina y listo,
encendido.
-OOOK,
¿y después?...
-Llevamos
el auto justo acá al frente – dijo mientras apuntaba al centro de la manzana- e
iniciamos un incendio, el auto explotará y se quemarán. La idea es que se
junten muchos más.
-¿Explotar?
-Tengo
un bidón grande de bencina, y anoche antes de que llegaras me quedaron unas
mechas listas para lanzar.
-¿No
has pensado en que nos atravesaremos con muchos de ellos antes de lograr subir?.
-Idiota,
tiraremos una mecha desde el balcón, pero tenemos que subir antes de que todo
se evapore…
Pensé un momento la situación, me
asustaba la idea de querer hacerlo. De cierta manera era como aceptar, como lo hacía
Diego, el mundo en el que ahora vivíamos.
Segundo tras segundo peleaba contra la locura,
la des humanidad, y estaba perdiendo,
pero ¿Qué más nos quedaba?, había que eliminarlos a todos antes de que se
enteraran de que estábamos aquí. Paloma dormía, Diego la miraba con mucha
nostalgia. Bajé la vista.
Diego sacó de su closet un pesado
bidón lleno de gasolina, mientras que al lado tenía unas botellas de jugo watts
listas para lanzarlas como un infernal coctel molotov, ni los pacos hubieran
imaginado semejante arsenal, me puse un abrigo verde, unos bototos que me
prestó el mismo Diego (al parecer el si había estado preparando MESES este
apocalipsis), y una mascarilla de gases.
Metí las mechas en la mochila,
unas 20 por lo menos, sonaban y me hacían recordar el 2011 con una amargura
inmediata.
-Como cuando salías en la UPLA, así el olor no te va a
marear.
-¿cómo lo hiciste para no morir asfixiado, huevón,
esto estaba en tu pieza?
-Lleva acá pocos días y lo cubrí con mucha ropa, un remedio casero que
me enseñó mi hermano.
Tomó su bate, el bidón, ordenó
que lo siguiera y lo cubriera ante cualquier amenaza, algunos corrían y podían
saltar sobre cualquiera de los dos.
Miró por última vez a Paloma. Primera
vez que veía esa expresión en Diego, más adelante las cosas se pondrían difíciles,
por eso recuerdo esta noche como uno de los hitos que nos marcaron a los tres. Cerró
la puerta con llave y comenzamos a caminar por el pasillo.
-Todo
comenzó así, y ponme mucha atención – me decía mientras caminaba con un poco de
pesadez, tambaleándose por el peso del bidón – la historia de lo que vivimos
hoy es re simple, aquí en chile, según leí y vi en algunos videos, la epidemia
comenzó en un manicomio en Concepción.
-
Esa noticia la dieron un par de veces.
-Una
mierda, no contaron todo, dijeron que había sido un simple motín, y mostraron
la sangre por todos lados, no dijeron nada de lo que pasaba allá adentro.
-No
me sorprende…
-Para
nada, la huevá es que tenían a un tipo encerrado por un caso de supuesta rabia,
una enfermedad rara para estos tiempos, además que no presentaba los síntomas normales, si no que mostraba una rara deformación
en la piel: podredumbre
-¿Cómo no se
dieron cuenta que el pobre huevón estaba muerto?
-
eso es poh’, si se dieron cuenta, y lo encerraron mientras el servicio de salud
y otros organismos internacionales lo examinaban.
-No
me calza, ¿y por qué no lo sacaron del sanatorio y se lo llevaron a algún
bunker?..
-No
se atrevían, parece que todo era muy contagioso – sentimos un ruido, paramos un
rato. Nada.
-
Pero, ¿de dónde sacaste la información? – Pregunté.
-
Simple, pequeño saltamontes, el foro que tu estás leyendo es el único medio de
información para los que seguimos vivos…bueno, por lo menos sanos.
-ya,
¿y?.
-Un
funcionario de concepción, se hizo usuario del mismo y nos contó a todos, igual
fue para la cagá, si tú me hubieras hecho caso desde un principio, sabrías todo
lo que yo sé…
-Me
calza con los casos de los gringos que se comían las caras.
-Exacto
huevon, ¡por fin cachai algo!, ¿Cómo mierda esperaban los gringos que con las
sales de baño que tengo en mi tina podías convertirte en Hannibal Lecter?
-imposible…
-Te
das cuenta que ahora que toda la lógica se ha dado vuelta, ¡es hermoso!, ¡el
tipo se escapó, mordió a otro y comenzó la carnicería!
Bajamos los escalones, con miedo,
a pasos apresurados tratábamos de hacer el menor de los ruidos, a veces sentíamos
movimientos, pero la reacción de las “cosas” era mucho más lenta, sentían un
sonido y se demoraban mucho en moverse,
aunque cuando estaban seguros corrían tras de ti. Esas eran mis conclusiones
después de días huyendo, disparando, viendo como los milicos se llevaban a la
Alondra.
Llegamos al estacionamiento, solo
nos separaba una reja de la calle, y unos metros de la esquina con vista a la
casa de Diego.
-Tú
abre la reja, yo hago el contacto – ordenó.
Corrí, y me iré contra el metal,
e intenté correrlo hacia un lado, no daba resultados. Miré a una de las
esquinas y me sentí idiota al darme cuenta que la reja era eléctrica, fui a la
casilla del guardia.
La puerta estaba cerrada, aunque
los vidrios rotos, ensangrentados daban huella de un increíble festín, abrí la
puerta y del Don solo quedaba un torso, y un brazo a medias. Evité vomitar,
entre toda la sangre estaba el interruptor, le di e inmediatamente la reja comenzó
a abrirse, haciendo esa pequeña alarma que a Diego y a mi nos dejó fríos. Se
asomó desde el auto y nos miramos cagados de miedo. Sentíamos los movimientos,
caían basureros, a lo lejos se sentía una horda de muertos chocando entre sí,
si no nos apurábamos íbamos a ser carne, solamente eso.
El sonido terminó y el silencio volvió a
reinar. Caminé hacia el auto.
-¿Cómo
vas? – pregunté.
-
Pulento, el auto está listo, solo tengo que hacer esto – movió un par de cables
y se encendió- cacharás que si encendemos las luces dejamos la cagá.
Asentí, me subí al copiloto,
mientras Diego ponía en primera y movía lentamente el vehículo por el
estacionamiento, pasábamos la reja, el bidón descansaba en el asiento trasero.
-¿No
crees que hubiéramos podido, con toda esa gasolina y este auto viajar a Santiago
ahora mismo? – era mi inevitable pregunta.
-
Hay que esperar, son 5 días, ya te contaré.
Nos pusimos en la esquina, ahora
venia la fase más bonita del plan, rociar todo para que ardiera como en el mayo
francés. Saque las mechas y comenzamos a golpearlas contra el auto, llegue a
romper el parabrisas con una, por otro lado el Diego roseaba con el bidón, yo
comencé a tirarlas en los alrededores, esto iba a ser un infierno.
Dejamos a la mitad el bidón, y lo
pusimos en el asiento de enfrente, Diego en un acto de humor le puso el
cinturón de seguridad, reí a mis adentros.
-Cuando
se comience a quemar, el bidón será la obra maestra, esta huevá explotará de lo
lindo, ahora, CORRE.
Comenzamos nuestra carrera, las
escaleras se hacían nuevamente largas, como
cuando había llegado, esta vez hacíamos ruido, estábamos un tanto
desesperados, comenzaron las carreras tras nosotros. Miré hacia atrás.
-Cresta,
¡tenemos a dos, una vieja y un huevon con corte de milico! –grité.
-
Los vecinos del 810, ¡¡pícala!!
Corrimos, hasta la puerta que
daba al pasillo del departamento, Diego la pateó y vimos a dos muertos más que
estaban chocando entre si.
-Pablo, tu
dale a los de atrás –volvió a ordenar y se abalanzó con el bate sobre los zombies, el choque de cabezas húmedas
contra el metal sonaba de aquí a dos cuadras. Saqué la pistola y me quedé
campeando frente a la puerta, los sentí llegar, se asomó primero la vieja “BANG”,
a suelo headshot, tiritó un rato y murió (nuevamente), di dos pasos atrás, se
asomó el tipo con corte de milico, parecía recién salido del servicio militar,
era grandote, me dio un poco de miedo, respiraba agitado, dude un poco, pero comencé
el juego. “BANG”, rodilla izquierda, “BANG” rodilla derecha, la mierda se
arrastraba como merecía, ya en este mundo no había muerte digna para esta
escoria. La sangre se esparcía por el pasillo. Llegó hasta mí, me tomó de las
botas, de ambas, estaba lento, al parecer no comía hace rato. Subió la cabeza
esperando botarme o poder comer algo.
Poniéndome en su lugar, creo que fue
desilusionante para el ver que le ponía la pistola justo en la frente. Disparé,
sus sesos se derramaron sobre la pared blanca. Todo era un desastre, Diego, me
tomo del hombro y nos fuimos directo a la puerta.
Abrimos y nos sacamos todo el
peso de encima, Diego reía, tomaba un paño para limpiar su bate, después el
mismo paño lo tiraba por la ventana, mientras buscaba el cloro, yo tomé las
últimas mechas y las ponía en el balcón. Despertamos a Paloma.
-Ahora
démosle al auto, Paloma, tu primero… -dijo Diego, yo observaba en silencio.
-¿Qué?,
¿Bajaron sin mi? –Decía Paloma con aire de niña mimada.
-Ahí te
explicamos – le paso una mecha, mientras le daba las instrucciones de como
lanzarla.
-LANZALA O SE
QUEMA LA CASA – gritó.
La primera estela de luz salió y
golpeó el auto, comenzó el fogón “ya está ardiendo, ya está ardiendo, el fuego,
el fuego”, Paloma sonreía, como si estuviéramos en año nuevo, se abrazaron con
Diego, yo por mi parte tomé otra y la lancé, también di en el auto, el fuego comenzaba
a esparcirse, a lo lejos sentimos la horda enfurecerse. Las Lanzamos casi todas
(yo guardé una aparte, para comenzar el baile), el auto ahora era una bola de
fuego incandescente que iluminaba toda la cuadra, comenzaron a llegar montones
de muertos, la que tenía reservada la apunte directo a la multitud, sin mentir
eran por lo menos 600 bichos, todos buscando algo que comer. Encendí, y lancé.
La mecha dio justo en el blanco,
comenzaron a quemarse, el auto ya estaba en su última fase, recordé el bidón, y
justo “PAF”, el auto explotó en una bola
de fuego enorme que alcanzó todo a su alrededor, ahora se quemaban, gemían, los
vidrios a los alrededores se quebraban, se cortaban, pero lo más importante,
chocaban entre ellos, expandian el fuego.
Nos Reímos, habíamos despejado el edificio, habíamos quemado
a mas de 600 imbéciles muertos. Me fui a dar una ducha, y después pasé al
espejo para reconocerme.
Diego también a documentado los hechos hasta ese día, puedes verlos Aquí.
Ilustración tipo cómic de nuestra amiga Nikol (@lanegrademierda), salgo bonito, muchas gracias por ello.
Fue largo el camino hasta el
departamento de Diego. Las Calles estaban desiertas, eran las 2 de la tarde y no había ningún alma dando
vueltas por el centro, Valparaíso parecía un día domingo santo en pleno
miércoles. A ciertos ratos se sentía un
fuerte olor a bencina, que terminaba con la escena de un auto chocado contra un
poste, con la puerta abierta y rastros de sangre, quién quiera que hubiera sido
el pobre cristiano, había escapado.
Conforme avanzaba hacia la plaza
Victoria se repetían las vitrinas quebradas,
rastros de saqueos, y neumáticos humeando, lo poco que quedaba de lo que fue
una noche de revuelta. Comprendí que las “cosas” habían desatado un caos
social, nadie soportó el toque de queda, y el estado tuvo que vérselas con unos
muertos que caminaban, mordían, atacaban, y también con los vivos que no
querían morir y que eran incrédulos ante la epidemia que se estaba por cernir
sobre todo, todos.
Avancé hasta llegar por fin a la
plaza, y el escenario era dantesco. Un guanaco dado vuelta (no era tan terrible
después de todo) en llamas, y el silencio de un turno de guerra, ningún rastro
de gente. Había un olor reconocible, la carne cruda cuando la traíamos del
supermercado se me vino a la mente como si estuviéramos a punto de hacer un
asado. Me preocupé.
Grité, quería ver a alguien,
grité por alguien allí, grite nombres, grite mi nombre. Silencio.
Recordé las películas de antaño, “Exterminio”
me pareció la adecuada, comprendí por que la mayoría de las escenas debieron
ser hechas en la madrugada, donde no había nada ni nadie, ni la desolación. El
edificio de Diego estaba a media cuadra, me puse en camino de nuevo, y escuche
el ruido.
Un auto comenzó a hacer sonar su
alarma, me quedé quieto, fuera lo que fuera vendría rápido, revisé mi mochila,
saqué la pistola de mi viejo y empecé a apuntar asustado, maldita sea, nunca había
aprendido a tomar una de verdad, y en ese momento me cagaba en mis pantalones.
La alarma paró, no escuché el ruido de ninguna horda, de ninguna tropa de “cosas”
como en el left for dead 2.
Sin ningún sentido, como son la
mayoría de las acciones de la mayoría de la gente que se encuentra en la
incertidumbre, me acerqué al auto, lento, sudando, pero ya sin miedo a nada,
claramente aún no había visto nada, solo la plaza victoria semi en llamas y
muchos autos abandonados, volcados, y ni rastros de nada y nadie. Eran las 5,
comenzaba a hacer frío y ponerse oscuro. Y entonces vi el auto por dentro.
Ok, desde aquí la narración se
pone rara. Había “algo” adentro, trataba de abrir la puerta, parecía una mujer
de unos 30 años, bueno, palida, con heridas en las manos, rasguñaba el vidrio.
Le inventé una historia:
Se llamaba Viviana, y en medio del caos, y mordida por
una de esas “cosas” se oculto en el asiento trasero de su vehículo, mientras
veía como los pacos no podían contra las cosas y los protestantes, que a su vez
eran comidos, y todo se volvía ese caos pulento que uno se pierde cuando está
haciendo algo importante, tapando con una sabana a tu hermana por ejemplo.
Terminé su historia, saqué una
foto con el celular (con la poca batería que quedaba), y me decidí a pensar que
definitivamente todos quedaríamos así. No había escapatoria, quizás el mismo
Diego estaba deambulando en su departamento con la entrada llena de estas cosas.
De todas formas las puertas del auto estaban abiertas, no quedaba ni una pisca
de la sociedad, por lo tanto la humanidad en si eran mis actos de buena fe, y
lo que hice fue un acto de humanidad. Abrí la puerta del auto y la dejé bajar.
Y la “cosa” se bajó, en un
vestido semi rosado, manchado de sangre, una piel amarillenta, esas venas
marcadas y el pelo teñido rubio, de cualquier forma esa mujer viva no me habría
parecido bonita. Me miró, yo la miré (en el nerviosismo le guiñé el ojo), empezó
a oler el aire como un animal, mientras las moscas salían de su pelo, tomé
distancia suficiente. Y empezó.
Primero se me acercó en una torpe
velocidad, asumí que no podían moverse con gran facilidad, era el sistema
nervioso contra su capacidad motora real, estaban muertos, estaban tiesos.
Mientras más cerca, mas abría la boca, ya me sabía esa historia. A los 6 metros
le disparé en una rodilla, no hubo señal de dolor, es más, estiraba los brazos
tratando de alcanzarme, la actitud era hostil, aún ocupaba su pierna derecha,
le permitía moverse, volví a disparar y cayó al suelo. Creí que era suficiente,
me di vuelta y me dispuse a seguir lo poco de camino que me quedaba.
Pero, ninguna historia tiene un
buen final si no se demuestra la real naturaleza de la que estamos hechos, el
capitalismo nos mal enseñó a no perder, sentí quejidos, me di vuelta. La “cosa”
se arrastraba, seguía mi olor, quizá mi ruido, que se yo.
OK, lo admito, todos tenemos nuestros días de
furia, yo me enoje, quizás recordé lo que había pasado con mi hermana, con la
madre de Alondra (que no tenía idea donde estaba), con mis viejos, da lo mismo,
me acerqué y en escena de ira-cine le puse la zapatilla sobre la cabeza y
dispare los últimos cartuchos que me quedaban.
Constaté que ya no se movía,
obvio, toda esta locura era como en las películas, el disparo en la cabeza y listo.
Abrí la pistola y dejé caer los cartuchos humeantes sobre el cuerpo de la otra
vez muerta. Después me senté a su lado mientras de mi mochila sacaba otras seis
balas y cargaba nuevamente mi juguete.
Sonó el celular, me demoré en
sacarlo del bolsillo, ¿quién podía llamar?, ¿mi viejo preguntando si llegaba
hoy a la casa?, MIERDA, aun narrando la historia me sigue doliendo todo, los
huesos, la normalidad con la que pasó todo, con la que desapareció todo. Vi la
pantalla, Diego.
-¿Aló?
–contesté.
-El
terrible show que te mandaste – respondió.
-¿Me
ves desde tu ventana?
-Obvio,
toalla roja- Miré al edificio, un tipo movía una huevá roja desde una ventana,
era él.
-Ok,
te vi, ¿tienes electricidad?
-Si,
pero no ocupes los ascensores, sube corriendo.
Corté, y apreté los dientes.
La reja al edificio estaba
abierta, no había portero, solo signos. ¿De qué?, pues adivina, bastardo:
sangre, rayones en los vidrios, una cosa verde, fui a los escalones, mis encías
ya sangraban, y como nunca corrí, estaba en el séptimo piso, no era tanto.
Mientras subía sentía el ruido de
balbuceos, dientes o algo así, conté los pisos.
1: Principio, cresta que queda.
2: Dale, dale, arriba hay cama y
ducha.
3: ¿Y si este huevón no tiene
comida?
4: ¿Qué es esa huevá en la
escalera?
Si pos, había una “cosa” en medio
de la escalera, y si hacía ruido vendrían mas, supuse. Por la Mierda. Apunté,
disparé, se cayó, todo retumbó. Y comenzaron los gritos.
Miré hacia abajo, las puertas se
habían abierto y “cosas” subían incómodamente rápido las escaleras. ¿Acaso no
podían correr?, ¿acaso no viste exterminio, idiota?
5: Corre conchetumadre.
6: Mierda, mierda, mierda.
7: ¡¡¡Diego y la conchadetumadre!!!
– grité.
Abrí la puerta y Diego me
esperaba en la entrada de su casa.
-¡Apurate
ahuevonao!
Corrí, la puerta se abrió de
golpe, me iban a agarrar, bueno, uno solo que por razones que aún no me explico
podía correr, entonces Diego, creo que sufriendo mi mismo delirio de grandeza,
le dio con un bate tan fuerte que me provocó incluso un poco más de miedo el
que la otra huevá que quería comerme, creo.
Le dio, le dio, le dio, le dio, le
dio, le dio, le dio y le dio.
Más tarde cerró la puerta, muchos
pestillos, fue hacia su refrigerador y
sacó dos cervezas.
-No
tomo- dije.
-Deberías,
se fue todo a la mierda, lo amerita.
-¿todo
a la mierda?
-SI,
el sueño socialista, no hay estado, y los soviets son esas huevás que se
quieren comer incluso a si mismos.
-Imposible.
-Dímelo,
pero lo único que hay vivo en la red es este foro culiao – me dijo mientras
traía su notebook.
-¿foros?,
esas son huevás de pedófilos.
-si,
lo se, pero bueno, son los únicos que dan info, dicen que en la moneda ya no
hay nadie y que el ejercito desertó, solo hay pequeños grupos armados tratando
de mantener su orden.
-
¿y tienes comida?
-si,
una semana, nada más.
-¿Y
qué dice el foro?
-
te lo cambio por mientras me dejas ver el juguetito de tu mochila.
-
ok
Espero puedan dormir, sin escuchar la voz de Cash y su propio apocalipsis.
Paloma mira entre los maderos
clavados a la ventana, el polvo se hace notar entre los rayos de sol que entran
a la casa, atrincherados, con un poco de miedo y hedor, sudor de nervios.
Diego limpia la pistola que le
robó al paco que agonizaba en la esquina, un gordo inútil de la Primera de
Playa Ancha que había saltado mal una escalinata, cuando corría lleno de horror:
Saltó sin darse cuenta. “Dejalo allí, si se lo comen a él, a nosotros no nos
seguirán más” gritaba en un éxtasis asesino.
Y así fue, mientras corría podía
escuchar la multitud de “cosas” que destazaban la carne del pobre imbécil.
Cerré los ojos, y cuando los abrí de nuevo vi como Paloma, que iba más
adelante, miraba hacia atrás sonriendo, riendo, a ratos saltando de una
felicidad que no comprendo.
Valparaíso se volvió loco, nosotros
no creíamos nada de lo que pasaba, creíamos que era otra estrategia del estado
para crear el pánico y distraer de los problemas realmente “importantes”. Luego
comenzaron los ataques en los consultorios, las “cosas” se levantaban con las
mantas blancas aún cubriéndoles las caras, en Montedónico decidieron atacar un
consultorio con bombas molotovs para que las “cosas” no avanzaran hacia la
población. No resultó del todo, pero nosotros nos sentíamos envueltos en una
revolución al verlo por la TV, craso error, si eso hubiera sido una revolución,
nunca lo habrían televisado.
Todo de una semana a otra se
convirtió en un guión retorcido de Grant Morrisson. Con Diego y Paloma nos comunicábamos
constantemente por Skype para saber qué pasaba. Twitter se cayó, Facebook dejó
de funcionar, los hipsters ya no pudieron publicar mas en tumblr, ¿por qué? Pues
las redes habían sido cerradas, el estado estaba controlando todo, por el bien
de la lucha contra las “cosas”, las noticias evitaban el tema, no daban más de
1 minuto, a veces 30 segundos, de lo que pasaba. Mientras por las noches se
escuchaban gritos y disparos. Mis viejos salían a trabajar todos los días, la
producción, a pesar de todo, no se veía intervenida.
Pronto dejé de ir a la Universidad,
a las reuniones del Partido, ya no carreteaba. Me subía al techo de la casa con
la escalera atermitada del patio trasero, y veía los resplandores de Valparaíso
y los sonidos con ritmo tiroteo. A veces se cortaba la luz, mi familia
contemplaba en silencio las luces, las sombras de los militares pasar por la
cortina, y como se quedaban parados en la esquina. Yo me tapaba con las mantas
hasta la cabeza y esperaba quedarme dormido. También llamaba a Diego que todas
las noches, desde su departamento, miraba con binoculares la oscuridad y los
resplandores.
-Son
zombies, huevón – me decía.
-Estay
loco, esas huevás pasan en los juegos culiaos que tenís.
-Claro
mata de hueas, entonces las “cosas” babeantes que atacan a los pacos son los
revolucionarios del pueblo.
-ni
siquiera has visto a “las cosas” de frente.
-Podríamos
probarlo.
-voy
a cortar.
Un día me despertaron los gritos
de la casa de al lado, me levanté, mi hermana bajaba el volumen del buenos días a todos (lo único que daban
en televisión abierta), y me acerqué a la ventana. La Alondra, mi vecina de
cabra chica lloraba desconsoladamente en el ante jardín, pedía ayuda, mientras
un grupo de militares con pasa montañas entraban en su casa, parecía escena de
guerra. Salí enojado, le grité a un par de milicos que estábamos viviendo en democracia,
que esa no era la forma de tratar al pueblo, uno me echó hacia atrás, yo agarré
a Alondra y la tiré a mi lado conforme gritaba “milicos de mierda”, “hijos de
puta”, “Fascistas de la patronal”. No comprendía lo que pasaba realmente, solo
veía a los milicos no replicarme nada, sus ojos demostraban incredulidad
mientras entraban a la casa, como si ni ellos supieran lo que hacían. Yo lo
comprendí apenas vi salir al primer uniformado disparado desde la ventana.
Comenzaron los disparos, al parecer la Mamá de Alondra despertó enojada (muerta
de enojo) y decidió darle la pelea al fascismo.
Decretaron toque de queda. Ese
día mi viejos no llegaron a la casa, tampoco lo hicieron los días siguientes,
mi hermana y yo nos quedamos solos. Más tarde mi hermana enfermó, creo que fue un
resfrío, a lo mejor no lo recuerdo tan bien, o no quiero recordarlo.
Simplemente se murió y la dejé encerrada en su pieza, mientras en mi mochila echaba
los panfletos del partido (no sé por qué), la linterna, mi onda con la bolsa de
canicas para romper los vidrios de los autos, mi polerón. Los Pitillos, las vans, la bufanda verde para
abrigar.
Iba derecho a la salida cuando
escuché que arañaban la puerta de la pieza de mi difunta. La arañaban por dentro. Era ella.
Definitivamente era ella, muerta claramente.
Recordé el cajón de mi viejo,
nunca me acerqué a él antes, y el shock no me había hecho razonar. Fui directo
a buscar el revolver del cajón maldito, ese que estaba lleno de polvo, que
nadie limpiaba, pero que tenía el pasado más vigente de mi Padre, donde quiera
que estuviese deambulando en ese momento. Ese pasado Frentista del que nunca
habló con orgullo, claramente el orgullo debe venir después de una victoria.
Abrí el cajón, “6 balas, pero
efectivas, nunca se atasca” leí en un foro de imbéciles. Saqué el revólver y la
caja de balas que estaban al lado, olía a humedad y estaba grasoso. Y como
aprendí en los juegos de PC, abrí el revólver y lo cargué. Paso seguido guardé las
balas en mi mochila y caminé hacia la pieza. Me zumbaron los oídos mientras en
el silencio se perdían el ruido de los 4 disparos que di sin mirar, aunque
fueron efectivos.
Las ventanas muestran ese Valparaíso cerro arriba que tantas veces me ha visto andar. La casa de Orlando es cálida, mientras francisco a mi lado escribe llenando de Once in a while de los Smashing Pumpkins el ambiente. Han sido días difíciles; Después de arrancar de la oscuridad de mi pieza, el skate no ser un medio de escape permanente, y el trabajo un sitio lleno de amantes de la patronal, no me quedó otra que escapar.
Tomé mis cosas y me propuse venirme a la casa de Orlando con la excusa de hablar sobre Trotskismo y revolución, la primera noche fue un “quédate, tenemos espacio, no hay problema”. Las consiguientes también.
Hasta el momento he encontrado, entre la gente que vive en la casa (uno se fue de mochiléo), un partner que me habla sobre el programa de transición – Francisco – un tipo que estudia psicología, y que día a día me parece más enamorador en un sentido casi pudoroso. Su pelo en moicano se mueve demasiado cuando bajamos todos a bailar a esos tantos antros de llenos hipsters y snobs, pero es entretenido: La clase proletaria (o por lo menos sus hijos) bailan como en los bajos barrios londinenses escuchando, obviamente, música inglesa, ocupando el mismo corte de pelo hooligan, y esas mechas ochenteras que me enferman.
-Andrés, tienes unas depresión endógena, al igual que tu madre – dijo la neuróloga mientras mi cara de sueño se tornaba un tanto mas distorcionada.
-Me está jodiendo, ¿no?
-En lo absoluto, de hecho, doblaremos tu dosis nocturna de clonazepam de 0,5 miligramos a 2 miligramos, y en la mañana tomate la misma de 0,5.
-Eso me dejará tirado…
-Y además te recetaremos un antidepresivo de forma permanente, no es tan caro…
-El último me hacía dudar de la realidad.
-Pues este te hará sentir mejor. Dime ¿Tienes novia?
-No…
-Te aconsejo tenerla.
Bebo del té que me hice hace un rato, ahora está frío, mientras por internet busco unos cuantos textos de Bolaño en PDF. Todo lo anterior pasa cuando se te acaban las ganas de no escribir, y te das cuenta que no tienes nada sobre que hacerlo.