Valparaíso pasa frente a mi ventana, entre sus cerros nebulosos y los perros callejeros que se repiten esquina a esquina. Parecen ruinas de una decadencia de años, como si un eterno terremoto amenazara con botar todas aquellas casas colgantes. Cierro los ojos en el eterno movimiento de la micro, de lado a lado, como un barco en el mar. Sin nauseas, sin apnea. Por mis audífonos suena la trompeta y la guitarra en eco de los Lucybell, “amanece”, quiero dormir, esconderme en mi chaqueta y hacerme ajeno a todo este hastío.
Miro hacia los demás asientos, la chica del paradero está en la ventana contraria a la mía, pero me mira, no la conozco, y supongo que ella a mi menos. Sus ojos marcan una no-importancia, es como estar mirando la nada, ¿tendré algo en la cara?
Me reflejo en el vidrio, busco algo, nada. Vuelvo a mirarla, me sonríe por unos segundos, se levanta (¿te sentarás al lado mío?), pasa de largo (creo que no), toca el timbre, se baja. Miro por la ventana, se aleja. Fue la vida.
El casino de la Universidad nuevamente lleno de gente, voces, y platos sonando y tronando alrededor, Franco habla sobre un cortometraje que vio la noche pasada, sobre unos tipos que vendían caracoles para almuerzos refinados, y como la producción en masa de estos terminaban con los propios creadores. No lo entiendo del todo, veo mi comida, es bastante precario el plato, lo como con resignación e intento ver las cosas de una manera más optimista, Franco sigue:
-La primera critica que se hace es la homogeneización de los rituales culturales: los miles de mozos iguales, los miles de empresarios iguales.
-Ya?...- Trato de poner algo de atención en un tema que se escapó de mis manos hace por lo menos un par de minutos.
-lo segundo es el uso del caracol para generar asco en el espectador, y para que te preguntes “¿por qué se comen un caracol?”, y después te digas a ti mismo "supongo que por lo mismo que se comen vacas y cerdos", enlazarlo con la sociedad occidental necesariamente carnívora.
- Bueno…¿te comerás eso? – apunto el pan. Me lo lanza en un éxtasis argumentativo, creo que lo hizo de puro reflejo.
-Después, el empresario sale a la ciudad donde se presenta la ya no homogeneización, sino que robotización de las prácticas sociales…tiene a todos vestidos iguales…caminando al mismo ritmo, incluso, con gigantografías mercantilistas que crean necesidades falsas: la buena comida, en ningún caso necesaria...
- Bueno, el capitalismo en sí que termina…
-El hombre toma su auto... – No escuchó mi interrupción, esto es un monologo de algo que probablemente pensó toda la noche, ¿será que no soy solo yo el que necesita calmantes? - y atraviesa las suciedades del ser humano: el sexo como moneda de cambio.
-Entiendo, Franco...
-Llega a su lugar de trabajo, donde les muestra a otros empresarios que ha cambiado genéticamente a los caracoles, para hacerlos digeribles. Los pobres caracoles son asesinados y luego enlatados: producción en masa, otra crítica mercantilista. La lógica de producción del ser humano.
-Que original.
-Y ahí viene el clásico predicamento..."la curiosidad mato al gato": el interés por innovar lleva al hombre a su propia producción…ya que nadie es imprescindible, todo es manufacturable…en último caso recuerda la relevancia de la sobrevivencia, pero oops!, demasiado tarde se ha extinguido a si mismo. CAPUT.
-¿No has pensado en ver el tipo de películas en la que el gringo pasa toda la trama tratando de engrupir a la porrista rubia hasta llevarla a la cama, mientras la cámara muestra groseramente sus pechos?
-No dude…
-Deberías hacerlo…-ambos soltamos una carcajada.
Caminamos hacia la Facultad de humanidades, se viene la lluvia, el chispeo la antecede, subo el cuello de mi abrigo, Franco camina un poco más atrás, enciende un cigarro, mientras tararea una de esas tantas canciones que no conozco, ¿Universal de los Blur?.
Me gusta el vídeo de esa canción, esos británicos con el look de los Clockwork Orange, y el fondo como para bailar ballet, bramando a los cuatro vientos que hoy puede ser un gran día, pero ¡diablos!, está nublado, tanto que da miedo.
Caminamos por los largos pasillos de la casa central, entro al baño. Entre los rayados en el espejo veo mi cara nuevamente, debo tener algo gracioso, pero que solo ella noto.
No soy de ese tipo de gente que saca sonrisas. A lo mejor me estoy obsesionando nuevamente con algo nuevo, no lo creo. Sorbo un poco de agua del lavamanos, Franco entra desprevenido, cansado de esperarme afuera.
-Parece mina, compañero…
Me río un poco, entré al baño sin otra razón que mirarme al espejo, como si nada me detuviera para besarme aquí mismo, otro pensamiento contradictorio ante la estima que me tengo. Que alucinante.
Comienza otra cátedra de axiología, todo va lento, estoy aburrido, franco escribe y a la vez graba todo, hace tiempo que quiero encontrarle un poco de sentido a esto. Me levanto, tomo mi mochila y salgo de la sala, camino hacia el baño.
Entro sigilosamente, me acuerdo de mis tiempos de secundario, reviso las cabinas, solamente yo frente a la nada. Abro la mochila, saco otra de esas pastillas con las que insisten que no debo jugar, limpio la superficie del lavamanos, la muelo con el pase. Respiro, aspiro, contra-respiro. Saco otra y me la tomo.
Entro en la cabina del fondo, cierro y apoyo mi cabeza en la pared.
Franco tenía razón, somos como los caracoles, hechos en masa, y producto de un sistema mercantilista, pero por hoy, yo seré un caracol que duerma.
Buenas noches, día de suerte.
*Nota del autor: El Clonazepam, aunque te lo "jales", no tiene el mismo efecto que la cocaína, si no todo lo contrario, caes en un estado de sueño, por si a alguien le cayó este detalle.